miércoles, 18 de julio de 2012

Cuatro películas con niños

En una conversación reciente surgió de pasada el tema de las películas protagonizadas por niños y salieron a colación algunos sospechosos habituales ("El chico", "Ladrón de bicicletas", "Los 400 golpes", "El espíritu de la colmena"). La rapidez mental no está entre mis cualidades, pero ya se sabe que el cerebro tiene la costumbre de trabajar por su cuenta a su propio ritmo, así que durante las siguientes horas no pararon de venírseme a la mente películas protagonizadas por niños. De hecho, observé, no por primera vez, qué porcentaje tan alto de mis películas favoritas están basadas en la mirada infantil. En este post voy a recordar unas pocas que he visto no hace demasiado tiempo y de las que todavía conservo detalles en la memoria. Dejo fuera algunas recientes, como "Nadie sabe" y "El chico de la bicicleta", que mis interlocutoras en aquella conversación, más jóvenes e informadas que yo, seguramente conocen de sobra. (Ahora que lo pienso, tanto Kore-eda como los Dardenne son en cierta forma "especialistas" en películas protagonizadas por niños). Este post, por tanto, se podría titular más precisamente "Cuatro películas con niños que Sonia y Rebeca puede que no hayan visto todavía y que tal vez podrían gustarles". Aquí están.

jueves, 5 de julio de 2012

CR 2012

Al hilo de mi post anterior, durante de mi segunda visita al Cinema Ritrovatto me preguntaba qué pensaría Simon Reynolds del festival boloñés y de los cinéfilos que acuden allí cada junio, un grupo que se sumerge sin complejos en la producción cinematográfica de décadas atrás y al que, al menos durante una semana, no podría importarle menos la actualidad. Cierto es que en las últimas décadas el aficionado al cine (y más aún ése que se denomina a sí mismo "cinéfilo": la camiseta que se vendía en los puestos del festival proclamaba en francés "Oui, je suis cinéphile") ha estado menos implicado con las tendencias, la modernidad, lo hip y el "cutting edge" que el melómano aficionado al pop, pero no deja de ser algo chocante la devoción al pasado, en una infrecuente combinación de interés académico, profesional y simplemente lúdico que se percibe en Bolonia la última semana de cada mes de Junio.

Como ya comenté el año pasado, mis experiencias como espectador en el festival se dividen en dos categorías. Por un lado, está la oportunidad de ver, quizás por primera vez y posiblemente por última, películas conocidas en copias óptimas y buenas condiciones de proyección. Este año han caído "Érase una vez en América", con escenas inéditas recuperadas (y Sergio Leone es uno de los pocos cineastas de los que puede decirse sin reparos que "más es más"), "A quemarropa" (o, como dicen en Italia, "Senza un attimo de tregua"), "Lawrence de Arabia" (aunque en este caso los asientos de la Piazza Maggiore convirtieron las casi cuatro horas de proyección en una prueba de resistencia) y "Tess". La segunda parte de la experiencia boloñesa consiste en descubrir películas y directores desconocidos. En este apartado el año no ha sido tan excepcional como el pasado: no he tenido ninguna revelación como las de Boris Barnet o Luigi Zampa. Puede decirse que, en cuanto a nombres propios, mi descubrimiento del festival ha sido un actor, el francés Harry Bauer, al que se dedicaba un pequeño homenaje y que protagonizaba una monumental adaptación de "Los miserables" de 1934 impecablemente restaurada por la casa Pathé y el laboratorio de la Cineteca de Bolonia. La otra gran revelación del festival ha sido "The First Born" (1928), una película sorprendente por lo adulto de sus temas y lo inventivo de sus soluciones cinematográficas. El film, un tour de force unipersonal del británico Miles Mander, que hizo las labores de director, protagonista y autor junto a Alma Reville del guión basado en su propia novela, es un añadido tardío pero merecido al panteón de clásicos de los últimos años del cine mudo.

Además, el festival dedicó una sección a Raoul Walsh en la que se proyectaron algunos de sus clásicos más conocidos y otras películas menos vistas. Me perdí la que según algunos era una de las joyas del festival ("The Big Trial") pero tuve la suerte de ver la deliciosa "Me and My Gal" (1932), con unos chispeantes Spencer Tracy y Joan Bennett, en su para mí desconocida etapa de rubia anterior a las películas de Fritz Lang. (Los cambios de tonalidad capilar fueron un rasgo distintivo del festival: "The First Born" estaba protagonizada por una Madeleine Carroll morena anterior a su época de rubia hitchcockiana). El interés del Cinema Ritrovatto por las mujeres directoras de los primeros años del cine se manifestó este año con un ciclo dedicado a Lois Weber, cineasta contemporánea de Griffith y preocupada por temas sociales; lo mejor que pude ver de ella fue "The Blot", una película de denuncia en la que el misérrimo sueldo de un profesor universitario lleva a su familia al borde del desahucio y la malnutrición. Como difícilmente podía ser de otra manera, la crisis económica también estuvo presente, en un pequeño ciclo sobre el crack del 29.

Como el años anterior, la cantidad y variedad de la oferta, así como mi falta de habilidades para la bilocación, impidieron que viera un buen montón de películas que parecían interesantes y que, en otros resúmenes del festival sin duda se revelarán como las auténticas joyas del festival. Pese a ese inevitable sentimiento de frustración, un año más doy por buena la experiencia, y hago votos de repetir en el futuro si la crisis (la nuestra o la de los italianos) lo permite.

sábado, 19 de mayo de 2012

Retromania


En su último libro, "Retromania", de (al parecer) próxima aparición en español, el crítico musical Simon Reynolds (autor de una sensacional historia del post-punk, "Rip It Up and Start Again", uno de los libros sobre música pop verdaderamente imprescindibles de la pasada década) aborda "la obsesión de la cultura pop con su pasado".

Reynolds repasa las formas en que la cultura popular (y la "seria") han estado siempre pendientes del pasado pero advierte que el fenómeno ha ido adquiriendo una aceleración exponencial que pone en peligro sus mismas bases: enterrados por el peso insoportable (y siempre creciente) de los años, se hace más difícil cada día encontrar el impulso de ruptura, el compromiso con el presente o el ánimo de originalidad que está en la raíz de buena parte de las manifestaciones valiosas de la cultura de masas. El pasado siempre había estado a nuestro alcance, pero su acceso requería de un esfuerzo y unas habilidades que la biblioteca universal de Internet ha reducido al mínimo. El resultado es que la cultura popular ha perdido, siguiendo el ejemplo de su "hermana mayor" el sentido de progreso, la flecha que se desplaza desde el pasado hacia el futuro, para ser sustituido por un continuo en el que todas las épocas conviven, y periódicamente se recuperan y se abandonan. La cultura pop, en definitiva, se ha transformado en una variante de la moda.

martes, 24 de abril de 2012

Antepasados ignorados

Intentemos verlo por el lado positivo: lo bueno de la ignorancia es que te permite aprender cosas nuevas constantemente. Por ejemplo, hasta hace unos días, con la publicación de una lista de las mejores películas de terror de la historia, no era consciente de la existencia de "El caserón de las sombras" (The Old Dark House) una película de 1932 en la que James Whale ensayó la siempre agradecida mezcla de humor y terror con mayor éxito que en "El hombre invisible". El argumento es prototípico: un grupo de inocentes viajeros se ve obligado por una tormenta a alojarse en una siniestra mansión habitada por una familia, digamos, disfuncional. La película, cuyo reparto incluye a Boris Karloff en un papel prácticamente mudo, a un joven Charles Laughton y a un seductor Melvin Douglas pre-Lubitsch, va aumentando sus niveles de desquiciamiento hasta revelarse como un remoto pero perfectamente reconocible antepasado de "La matanza de Texas". Una búsqueda a posteriori me descubre que la película estuvo perdida durante décadas, lo cual puede explicar por qué en mis años mozos no se mencionaba esta obra maestra entre las grandes películas del ciclo de terror de la Universal.

Probablemente ya habré mencionado alguna vez que uno de mis comics favoritos es la etapa de "Doom Patrol" escrita por Grant Morrison, a mi juicio junto a "Watchmen" y "Batman Dark Kight" las cumbres de ese florecimiento del tebeo superheroico estadounidense en la segunda mitad de los años 80 y el inicio de su decadencia: no niego que se hayan hecho buenos tebeos de superhéroes en las dos últimas décadas, pero tras leer estas tres obras, la misma idea de escribir y dibujar superhéroes tiene inevitablemente un componente nostálgico o "retro". Morrison no se ha mostrado nunca reticente a la hora de declarar sus influencias (yo descubrí los cortos de Jan Svankmäjer en el prólogo de la primera recopilación de "Doom Patrol"), pero en ninguna de las entrevistas que he leído menciona la etapa de The Defenders (en español "Los Defensores") escrita por Steve Gerber y dibujada por Sal Buscema para Marvel Comics en los años 70. Sin embargo, una afortunada (y casual) relectura de estos tebeos en la chapucera y entrañable edición de Vértice (esa "Dinámica y rotulación", esas inefables historietas de Tumbita, en ambos casos obra de Tunet Vila) bajo el desconcertante título de "Triple Acción", me los ha revelado como un claro precedente seventies de la misma táctica de deconstrucción mediante el absurdo. A buen seguro Morrison no hubiera tenido inconveniente en incluir en "Doom Patrol" un equipo de supervillanos como los Hombres Cabeza, personajes como Nebulón, transplantes de cerebro, ciervos siniestros, un elfo con una pistola… No puede decirse que Gerber esté olvidado, pero me temo que su stock no cotiza tanto como se merece, y si se recuerda su nombre es sobre todo por "Howard The Duck" y en menor medida por "Man Thing". A mi juicio, la veintena de número de Defenders que escribió entre 1975 y 1976, a pesar de algunos tics setenteros, son lo más memorable de su obra. Por desgracia, no parecen fáciles de conseguir y una reedición en condiciones se antoja un sueño remoto.

La lectura de estos tebeos me ha recordado otros todavía más olvidados, incluso por mí. Al fin y al cabo, Steve Gerber conserva todavía una cierta reputación pero ¿quién era David Anthony Kraft? Pues, por si a alguien le interesa, el guionista de la siguiente etapa de The Defenders, entre 1977 y 1979. Por desgracia, he perdido mis antiguos tebeos de Vértice (en este caso a color) y en mi memoria sólo quedan vagos recuerdos de una interesante historia protagonizada por un villano llamado Scorpio (creo que el mismo creado Steranko en Nick Fury) dibujada por un primerizo Keith Giffen que imitaba a Jack Kirby mucho antes de descubrir a José Muñoz. Probablemente los tebeos reales no serán tan buenos como en mi recuerdo, pero me dan una excusa para hurgar en las cubetas el próximo salón del comic y me confirman que, nostalgia o no, la Marvel de los 70 sigue siendo una mina con tesoros por recuperar.

viernes, 13 de abril de 2012

Una visita de la cuadrilla de matones

Como mediocre funcionario de provincias no relacionado con ningún tipo de "mundillo", mi conocimiento sobre el impacto en el mundo "real" producido por una película, un libro o un cómic procede de la observación de primera mano (cuando vivía en Madrid era fácil darse cuenta de qué libros leía la gente en el metro), de la información facilitada por medios generalistas (tipo El País o Televisión Española) y de un muy parcial y limitado sondeo de fuentes online como Twitter y Facebook, algunos blogs de comics y cine, o el Focoforo.

Podría ser por tanto que, sin que yo me haya enterado, "El tiempo es un canalla" (A Visit from the Goon Squad, 2010), la novela de Jennifer Egan publicada en España a finales del año pasado por la editorial Minúscula, esté siendo toda una sensación. No faltan motivos extraliterarios para ello: el libro viene acompañado por la vitola de Premio Pulitzer y la aparición en múltiples listas americanas de "lo mejor del 2010". Más aún, parece ser que hay en marcha (aunque nunca se sabe del todo con estas cosas) un proyecto de adaptación televisiva nada menos que por parte de HBO. Cuando apareció la traducción castellana, mi reacción instintiva fue dejar pasar el tiempo a la espera de que mentes más lúcidas me indicaran si realmente valía la pena gastarme el dinero y más importante, el tiempo y el espacio de estantería. No es la primera ni será la última vez que el hype que rodea a un producto cultural provoca una reacción de desconfianza; en algunas ocasiones tal desconfianza ha resultado justificada y en otras ha retrasado mi disfrute de obras excepcionales.

lunes, 12 de marzo de 2012

Amor y cohetes

Cuando uno actualiza a lo largo de un periodo de tiempo un blog, aun cuando lo haga como yo con escasa frecuencia y sin tomarse demasiadas molestias, no puede evitar darse cuenta de algunas manías y tics de su forma de escribir. Por ejemplo, he observado que tiendo a matizar mis afirmaciones con adverbios como "probablemente" o "quizás" hasta extremos ridículos; aunque no me trabajo mucho las entradas, puedo asegurar que he quitado esas expresiones multitud de veces y estoy seguro de que han sobrevivido muchas más. Por supuesto, no se trata (únicamente) de un latiguillo fruto de la pereza mental, sino que responde a una forma de ser en la que se conjugan el sincero deseo de ver todos los lados de un asunto y la cobardía de querer agradar a todo el mundo, o al menos no ofender a nadie.

Dado que según las estadísticas de Blogger esto no lo van a leer más que misteriosos desconocidos atraídos por los caprichos del traductor de Google, me voy a permitir escribr una breve entrada con el único propósito de lanzar una afirmación absoluta sin matices ni componendas, una de esas frases que normalmente me sentiría obligado a calificar, explicar y moderar.

Jaime Hernández es el mejor dibujante del mundo.

viernes, 24 de febrero de 2012

Un Oscar para Hank Scorpio

Tenía pensado escribir esta entrada hace un mes y hacerla coincidir con la publicación de las nominaciones a los Oscar de Hollywood. En aquel momento, la presencia de Albert Brooks en el apartado de "Mejor actor secundario" se daba prácticamente por hecha, y llegado el momento muchas voces se apresuraron a coronarlo como "biggest snub" de las nominaciones. No sin motivos: el villano que Brooks encarna en "Drive" es quizás lo más memorable de una película interesante pero que probablemente no tiene tanto poder para perdurar como algunos pensábamos hace unos meses.

El motivo que me impulsó a desear escribir una entrada sobre Brooks es la curiosa percepción que los aficionados al cine españoles, en el supuesto de que sepan quien es, pueden tener sobre él. Curiosa en el sentido de que es seguramente muy diferente de la de su equivalente norteamericano. Admitiendo que estoy extrapolando salvajemente a partir de mi propia experiencia, mi impresión es que para el cinéfilo hispano Brooks es un excelente secundario que hizo su debut nada menos que en "Taxi Driver" de Martin Scorsese, fue nominado al Oscar por "Al filo de la noticia" (1987), dirigida por James L. Brooks (no son parientes, aunque como veremos su relación profesional ha sido estrecha) y se ha prodigado escasamente desde entonces, con apariciones en películas como "Un romance muy peligroso" y la serie de televisión "Weeds".

El párrafo anterior contiene un elemento parcialmente engañoso: hace unos cuantos años, casi por casualidad, fui consciente de otra parte de la carrera de Brooks que al espectador español le ha sido escamoteada sistemáticamente, pero que le ha proporcionado sus mayores ingresos durante los últimos años: su trabajo como actor de doblaje en animación. En estos días en que acaba de emitirse el episodio 500 de "Los Simpson" (una serie co-creada y producida por James L. Brooks) en varios lugares se han recordado los episodios más memorables de la serie; en el blog de Alan Seppinwall se proponía a los lectores que escogieran un único episodio, el primero que les viniera a la mente. Está claro que si se para uno a pensar, aunque solo sea unos segundos, le vienen a la mente decenas de momentos memorables, pero con las condiciones impuestas por Seppinwall, mi ganador no tenía dudas: "Sólo se muda dos veces" de la excepcional octava temporada (1996), el episodio en que Homer se muda fuera de Springfield para trabajar en el proyecto nuclear de Hank Scorpio, un jefe perfecto que además resulta ser un supervillano jamesbondiano que pretende chantajear a todas las potencias mundiales. El lector habrá adivinado, si no lo sabía ya, que en su versión original la voz de Scorpio venía proporcionada por Albert Brooks. Lo que distingue las apariciones de Brooks como invitado en "Los Simpson" (ha habido varias, incluida un papel principal en la película cinematográfica) de las de otras estrellas invitadas es que Brooks improvisa extensamente, con el beneplácito de los productores y guionistas, que luego seleccionan para la versión final del episodio los fragmentos más memorables. La personalidad de Brooks en el episodio se deja sentir de manera tan poderosa que cuando 8 temporadas más tarde volvió a la serie, interpretando al instructor de un campamento para niños gordos, tuve, a pesar de que vi ambos episodios doblados y con los créditos finales cortados, tal como habitualmente los emite Antena 3, la convicción inmediata de que los dos personajes procedían del mismo creador. Un poco de investigación me llevó al descubrimiento de que ese creador era Brooks, y a enterarme de que el papel más taquillero de su carrera había sido el de Marlin, el atribulado protagonista de "Buscando a Nemo".

miércoles, 1 de febrero de 2012

Actualizaciones

La lógica editorial y la costumbre dan como resultado que las listas de lo mejor del año se confeccionen, con anticipación variable, a finales del año en cuestión. Como consecuencia, sucede a menudo que los productos que se estrenan muy a finales de año no llegan a tiempo, y los que aparecen a principio corren el riesgo de quedar sepultados en el olvido cuando llega el momento de confeccionar la nueva lista. A buen seguro, de haber llegado a tiempo, en mi lista de películas del año pasado hubiera incluido "El Havre", de la que hablo un poco aquí, y que se estrenó la última semana de Diciembre; "Los descendientes" se estrenó la primera semana del año y, considerada como película del 2011, probablemente también habría merecido mención que tendrá que ser pospuesta a una lejana (e hipotética) lista del 2012.


Aunque no al mismo nivel que las mejores series que del año pasado, mi post sobre televisión también habría incluido alguna mención a "Black Mirror", la serie de Charlie Brooker para la BBC que se emitió en el Reino Unido en Diciembre. La miniserie de tres episodios testimonia su preocupación con el uso irreflexivo de la tecnología y los medios de comunicación que no será extraña a quien conozca, aunque sea parcialmente, la obra del creador de "Dead Set" y "How TV Ruined Your Life", colaborador de Chris Morris en "Brass Eye" y "Nathan Barley". El impulso satírico de Brooker se transforma en tres historias independientes que ponen al día con éxito el modelo de la ciencia ficción estadounidense de los años 50 (entre sus referentes, tanto o más que series de televisión como "Twilight Zone", está la narrativa de escritores como Robert Sheckley, Fredric Brown, Frederick Pohl y Cyril Kornbluth) aunque a veces se deja llevar por la tentación del subrayado que recuerda el infame momento de "Dead Set" en que un personaje señala a un grupo de zombis devorando cadáveres y exclama "¡El público británico!".

Tampoco es perfecta la segunda temporada de "Sherlock", estrenada el primer día de Enero, pero sus defectos (unos argumentos que se apoyan demasiado en lo enrevesado y lo inverosímil, una caracterización del personaje de Moriarty cuando menos discutible) no impiden que sea uno de los productos más gozosamente disfrutables no sólo de lo que va de año sino de varias temporadas. Como en el caso de tantas parejas literarias y cinematográficas, desde Alonso Quijano y Sancho a Nero Wolfe y Archie Goodwin pasando por Bertie Wooster y Jeeves, el verdadero placer de los relatos originales de Conan Doyle no está en la trama sino en los momentos de interacción entre los protagonistas; la baza principal de la serie es, necesariamente, la química entre sus protagonistas. A Martin Freeman ya lo conocíamos, y queríamos, desde la versión original de "The Office"; Benedict Cumberbatch es, sin medias tintas, una estrella a la que estamos viendo eclosionar en tiempo real. Además, Moffat, Gatiss y sus guionistas han sabido trufar los episodios de ingeniosos guiños al lector holmesiano que (a ver como digo esto sin sonrojarme) me han recordado los momentos más memorables de "Smallville", otra puesta al día de un mito de la cultura de masas que salvaba ocasionalmente sus rutinarios guiones y sus irregulares interpretaciones gracias a esos pequeños instantes en los que el lector de comics reconocía con un breve y placentero estremecimiento alguna de sus queridas referencias.

jueves, 12 de enero de 2012

22 de noviembre de 1963

Como quizás sea inevitable en el caso de alguien tan prolífico y exitoso, y más aún si se dedica  la literatura de género, Stephen King sigue siendo un escritor incomprendido y minusvalorado. Se piense lo que se piense del resultado final de su trabajo, King no es un escritor de best-sellers empeñado en producir con el mínimo esfuerzo una cuota de páginas anuales para ingresar unos cuantos miles de dólares, sino un autor poseído por el impulso expresivo que busca dar salida a un conjunto fácilmente reconocible de obsesiones y demonios personales. Es decir, un autor y un artista con todas las de la ley. Incluso cuando en un momento de desánimo especuló con una posible retirada de la literatura, aseguró que se trataba de dejar de publicar, no de escribir, y se imaginaba entregando cada año un grueso manuscrito a su banquero para que lo guardara en una caja fuerte. Bajo una imagen pública down-to-earth y tendente al populismo (una actitud típicamente norteamericana que recuerda a la de directores de cine clásico como Ford y Hawks cortando burlonamente cualquier intento de sus adoradores críticos franceses por establecer sus credenciales intelectuales), King es también un escritor que reflexiona astutamente sobre su trabajo y el de sus compañeros de oficio, como atestiguan sus dos excelentes libros de no ficción, "Danza macabra" y "Mientras escribo".
La productividad de King tiene sus inconvenientes: además de ponérselo fácil a sus detractores (como el ínclito Harold Bloom) que lo consideran una especie de fábrica de producción masiva de prosa pobremente elaborada, incluso su mayor admirador tiene que reconocer que hay momentos en que a) echa de menos la intervención de un editor que separe el grano de la paja; b) le da la impresión de que está leyendo algo que ya ha leído antes; o c) no entiende qué demonios pretendía el autor con ese relato en concreto. Por suerte para sus lectores, las ventajas superan ampliamente a los inconvenientes: no sólo tenemos prácticamente asegurado al menos un libro anual, sino que no es raro encontrarnos con un pequeño inventario de novelas o relatos que, por una razón u otra hemos dejado pasar sin leer, pero que están ahí, disponibles si queremos darles una oportunidad (con la ventaja añadida que esos libros suelen ser fácilmente accesibles).