Las últimas semanas del año llenan Internet (y la prensa convencional) de listas de lo mejor del año. Es un buen momento que los despistados como yo tomen el pulso a lo que se está haciendo. Uno no tiene ni capacidad ni vocación para estar permanentemente al día: la mayoría de los productos que consume (ni discos, ni libros, ni siquiera películas) son de actualidad. Y sin embargo, no se resigna a quedar completamente obsoleto, y estas listas de fin de año permiten extraer, por una especie de procesamiento estadístico, una imagen borrosa pero verídica de “lo que se está haciendo”, de lo que es más relevante para la gente que sí tiene las fuerzas y el interés de mantenerse constantemente al día.
Particularmente útiles resultan las innumerables listas de música pop que circulan por ahí, porque en ocasiones acompañan la relación con canciones descargables con las que uno puede construirse una recopilación personal de “lo mejor del año” que luego puede comparar, si tiene ese capricho, con la que ofrecen algunas revistas como Uncut o Rock de Luxe.
Hace algunos años, las listas de fin de año de la blogosfera a las que accedía ofrecían un mundo claramente diferente del de las revistas de papel. El descubrimiento de Arcade Fire o de Sufjan Stevens se produjo unos meses antes en los blogs musicales que en la prensa escrita. Creo que ahora la separación es menos clara, y es una muestra de hasta que punto los dos mundos han convergido. En parte, por supuesto, porque la normalización del acceso a Internet ha reducido la importancia de la prensa escrita, que ha dejado de ser “el” medio de acceso a la información y opinión musicales. Probablemente a largo plazo la tendencia llevará a las revistas a desaparecer, pero en el periodo hasta que eso ocurra, es posible que vivan un periodo en el que tengan tanta libertad y posibilidad de expresión como el más humilde de los blogs, además de contar con la experiencia y el saber hacer acumulado por sus creadores.
El párrafo anterior no estaba previsto cuando he empezado a escribir este post y probablemente no tenga demasiado sentido cuando lo piense más despacio. A lo que iba es a que esas listas de fin de año me han dejado con un montón de canciones nuevas para escuchar. Muy mal se tendrá que dar para que no haya un puñado de joyas que me acompañarán en los próximos años.
Y, si alguien tiene curiosidad pero no le apetece escarbar mucho por ahí, el procesamiento estadístico al que hacía mención anteriormente indica que discos de este año a los que hay que prestar atención son: “Merryweather Post Pavillion” de Animal Collective, el de Grizzly Bear, el “Wolfang Amadeus Phoenix” de Phoenix, “Bitte Orca” de Dirty Projectors, “Actor” de St. Vincent… y unos cuantos más: no parece haber sido un mal año para la música pop. Nombres que, excepto el de Animal Collective (que ya llevan apareciendo en listas similares desde hace unos años), eran completamente desconocidos para mí hace unos meses. Mientras, en el país fuera del tiempo del salón de mi casa, los discos del año han sido las reediciones de los Beatles y la recopilación de los Jayhawks, que tampoco están mal.
sábado, 19 de diciembre de 2009
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Poco que decir
Ha sido uno de esos meses en que uno ha sido (más) consciente de no tener nada interesante que decir… Un estado de ánimo que no puede llamarse depresivo (he pensado bastante, sin alcanzar ninguna conclusión, sobre qué es realmente la depresión, en muchas ocasiones, y “La broma infinita” da mucho juego en ese sentido) pero que tampoco es completamente “sano” o equilibrado, una especie de melancolía más bien poco romántica. Y otras cosas en qué pensar, como en (después de tanto tiempo) buscar una casa propia.
Pero mientras tanto, en los ratos libres, unas cuantas películas y libros que hubieran merecido una mente más despierta.
“El asombroso viaje de Pomponio Flato”, penúltimo libro y última novela de Eduardo Mendoza, se encuadra dentro de la vena más ligera y paródica del autor, pero me ha parecido mucho más conseguida que otras obras más populares como “Sin noticias de Gurb”, o “El último trayecto de Horacio Dos”. El narrador, el Pomponio del título, es un viajero romano en la Palestina del siglo I, que se ve envuelto involuntariamente en un caso de asesinato en el que están implicado un carpintero llamado José, padre de Jesús y esposo de María. Se impone la parodia (en este caso, de la novela histórica, o más bien de esos híbridos de novela policíaca e histórica que hicieron furor a partir de “El nombre de la rosa”), pero los personajes, incluyendo a los referentes bíblicos resultan vívidos y conmovedores, además de cómicos, y siempre he pensado que Mendoza es, línea por línea, uno de los grandes del idioma castellano. Una gozada.
Como también lo es “Angel” (1938) una película de Ernst Lubitsch que no suele mencionarse entre sus obras mayores, pero que me ha parecido casi a la misma altura que mis dos películas favoritas suyas (“Un ladrón en mi alcoba” y “El bazar de las sorpresas”). Como en otras ocasiones, sorprende lo adultas que son las comedias de Lubitsch, en contraposición a las de los directores americanos contemporáneos suyos. No sólo por la presencia permanente del sexo (más llamativo cuanto más elegantemente elidido) sino por una sensación que podría llamarse un tanto hiperbólicamente (en cuanto se trata de románticas comedias sofisticadas) de verdad moral: sus personajes se juegan realmente algo en sus aventuras amorosas y los finales felices no borran las cicatrices.
En algún momento pensé escribir sobre “W.R. Misterios del Organismo” (1971), posiblemente la película más conocida de Dusan Makavejev, como "Película que debería haber visto ya". La edición hace unos meses de sus películas en EEUU por parte del sello Criterion ha propiciado lo que parece un interés renovado por este cineasta prematuramente retirado. Hace unas semanas aparecía en “The Nation” un artículo en el que se le describía como “el último yugoslavo”; el autor se preguntaba si su conversión forzosa en un director serbio es la causa de su silencio. Mientras “W.R.”, con su mezcla de documental y ficción y su llamada a la revolución a través del sexo, queda como un artefacto de tiempos más ingenuos y, quizás más libres.
“W.R.” son las iniciales de Wilhelm Reich, psicoanalista alemán colaborador de Freud que llevó sus investigaciones sobre la neurosis y la líbido hasta un extremo que la ciencia oficial calificó de “delirante”. Declaró haber descubierto una energía vital llamada “orgón", que se liberaba a través del orgasmo. Para él, las enfermedades mentales estaban causadas por los obstáculos en la liberación de la energía orgánica. Sus ideas le llevaron a distanciarse del Partido Comunista, al que había pertenecido, y a ser acosado por la justicia norteamericana, preso de la cual murió para convertirse en una especie de martir de la contracultura. Por una de esas casualidades de la vida, leo estos días un artículo en el que se relaciona “Birdland”, el comic pornográfico que Beto Hernandez publicó en los años 90, con las teorías de Reich. Tengo que reconocer que el trabajo reciente de Beto (y por reciente me refiero a casi 20 años) me desconcierta, pero la convicción que tengo de que él sí sabe lo que está haciendo me lleva a no perder el contacto con su obra, y cualquier análisis, exégesis o explicación resulta de agradecer.
Pero mientras tanto, en los ratos libres, unas cuantas películas y libros que hubieran merecido una mente más despierta.
“El asombroso viaje de Pomponio Flato”, penúltimo libro y última novela de Eduardo Mendoza, se encuadra dentro de la vena más ligera y paródica del autor, pero me ha parecido mucho más conseguida que otras obras más populares como “Sin noticias de Gurb”, o “El último trayecto de Horacio Dos”. El narrador, el Pomponio del título, es un viajero romano en la Palestina del siglo I, que se ve envuelto involuntariamente en un caso de asesinato en el que están implicado un carpintero llamado José, padre de Jesús y esposo de María. Se impone la parodia (en este caso, de la novela histórica, o más bien de esos híbridos de novela policíaca e histórica que hicieron furor a partir de “El nombre de la rosa”), pero los personajes, incluyendo a los referentes bíblicos resultan vívidos y conmovedores, además de cómicos, y siempre he pensado que Mendoza es, línea por línea, uno de los grandes del idioma castellano. Una gozada.
Como también lo es “Angel” (1938) una película de Ernst Lubitsch que no suele mencionarse entre sus obras mayores, pero que me ha parecido casi a la misma altura que mis dos películas favoritas suyas (“Un ladrón en mi alcoba” y “El bazar de las sorpresas”). Como en otras ocasiones, sorprende lo adultas que son las comedias de Lubitsch, en contraposición a las de los directores americanos contemporáneos suyos. No sólo por la presencia permanente del sexo (más llamativo cuanto más elegantemente elidido) sino por una sensación que podría llamarse un tanto hiperbólicamente (en cuanto se trata de románticas comedias sofisticadas) de verdad moral: sus personajes se juegan realmente algo en sus aventuras amorosas y los finales felices no borran las cicatrices.
En algún momento pensé escribir sobre “W.R. Misterios del Organismo” (1971), posiblemente la película más conocida de Dusan Makavejev, como "Película que debería haber visto ya". La edición hace unos meses de sus películas en EEUU por parte del sello Criterion ha propiciado lo que parece un interés renovado por este cineasta prematuramente retirado. Hace unas semanas aparecía en “The Nation” un artículo en el que se le describía como “el último yugoslavo”; el autor se preguntaba si su conversión forzosa en un director serbio es la causa de su silencio. Mientras “W.R.”, con su mezcla de documental y ficción y su llamada a la revolución a través del sexo, queda como un artefacto de tiempos más ingenuos y, quizás más libres.
“W.R.” son las iniciales de Wilhelm Reich, psicoanalista alemán colaborador de Freud que llevó sus investigaciones sobre la neurosis y la líbido hasta un extremo que la ciencia oficial calificó de “delirante”. Declaró haber descubierto una energía vital llamada “orgón", que se liberaba a través del orgasmo. Para él, las enfermedades mentales estaban causadas por los obstáculos en la liberación de la energía orgánica. Sus ideas le llevaron a distanciarse del Partido Comunista, al que había pertenecido, y a ser acosado por la justicia norteamericana, preso de la cual murió para convertirse en una especie de martir de la contracultura. Por una de esas casualidades de la vida, leo estos días un artículo en el que se relaciona “Birdland”, el comic pornográfico que Beto Hernandez publicó en los años 90, con las teorías de Reich. Tengo que reconocer que el trabajo reciente de Beto (y por reciente me refiero a casi 20 años) me desconcierta, pero la convicción que tengo de que él sí sabe lo que está haciendo me lleva a no perder el contacto con su obra, y cualquier análisis, exégesis o explicación resulta de agradecer.
Etiquetas:
Dusan Makavejev,
Eduardo Mendoza,
otoño,
silencio,
Wilhelm Reich
Suscribirse a:
Entradas (Atom)