jueves, 14 de octubre de 2010

Nobel

La noticia de la concesión del Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa llega con la sensación de algo ya sabido, como si en realidad se lo hubieran dado hace quince años y ahora por algún motivo les hubiera dado por recordarlo. Nada más lógico, más evidente, que un Nobel para el que parece el novelista vivo más importante (más grande) en nuestro idioma. El premio honra a un autor cuya obra casi monumental honra a su vez al premio. En un foro leo una pequeña objeción, que puede resumirse en que, dado que no es probable que caiga otro premio a nuestro idioma en los próximos veinte años, Eduardo Mendoza probablemente se muera sin premio. De primeras, el comentario me resulta chocante: Mendoza tiene una imagen, cuidadosamente cultivada por él mismo, de autor ligero, de obras casi siempre menores, a excepción de su debut (“La verdad sobre el caso Savolta”) y de “La ciudad de los prodigios”. El resto de sus novelas han sido ejercicios abiertamente humorísticos (aunque el humor no ha estado nunca ausente de la escritura de Mendoza) como la popular “Sin noticias de Gurb” o piezas más indefinibles, de extensión pequeña o mediana y tono agridulce que contienen, para mi gusto, la esencia de su literatura, obras como “La isla inaudita” o la obra teatral originalmente en catalán “Restauración”.

Estas reflexiones me pillan a mitad de lectura de “Mauricio o las elecciones primarias”. En un principio, me parece una de las novelas menores de Mendoza, una astracanada en torno a un perdedor que se mueve en el ambiente de la política barcelonesa en los primeros años ochenta. Algunos diálogos graciosos, y el castellano magistral marca de la casa de su autor. Pero van pasando las páginas (tampoco muchas) y los personajes van ganando espesor, vida propia; las peripecias, que parecían acumularse al tuntún, cobran forma, aunque resulte difícil explicar cual es. Cuando llego al final, estoy conmovido e impresionado. Me sigue pareciendo sumamente improbable que vayan a darle nunca el Nobel a Mendoza, pero ya (de nuevo) me doy cuenta de que eso es un problema del Nobel, y que él es, casi disimulando, un autor mayor de nuestro idioma.

Bueno, dentro de veinte años quizás sea el momento para que el catalán obtenga su primer Nobel, y se lo den a Quim Monzó, que tampoco estaría mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario