jueves, 30 de diciembre de 2010

Fin de año

Un año tirando a horrible en lo personal, lo político, lo social... y lo peor es que parece que vendrán otros que harán bueno a este. Pero, como siempre, ha habido libros, canciones, películas, comics y series de televisión para ir capeando el temporal.
Me había propuesto (la propuesta sigue en pie) acometer lecturas ambiciosas (leáse gordas). Este año han caído "Vida y destino" de Vasili Grossman y sobre todo, "2066" de Roberto Bolaño.
No ha sido un año muy brillante para mi lectura de comics. Lo que más he disfrutado procede del mainstream y aledaños: el final de "Planetary", la continuación de "Los muertos vivientes", un par de tomos de "Criminal". En manga, ha terminado "Pluto" y he descubierto a Shigeru Mizuki, que a buen seguro va a darme muchas satisfacciones en el futuro. Y en el Salón del Comic de Zaragoza el gran Gallardo me hizo un dibujito que prometo escanear y colgar por aquí.
Como de costumbre, siguen saliendo discos nuevos interesantes, la mayoría de los cuales me pasan por encima sin que me de cuenta debido a que ya no sigo la actualidad. Aun así, y reconociendo que no soy nada original, puedo recomendar lo nuevo de Arcade Fire, Deerhunter, Tame Impala, Broken Bells y seguro que me dejo muchísimas cosas que valen la pena. La canción del año ha sido "Fuck you" de Cee Lo Green. Eso sí, para mí el disco del año ha sido "The Promise", las canciones inéditas de Bruce Springsteen procedentes de las sesiones de "Darkness on the Edge of Town". Es mi época de Springsteen favorita y ya conocía los temas en ediciones piratas, pero ha sido un gustazo escucharlas en buenas condiciones.
Mi visionado de series de televisión ha estado marcado por el final de "Perdidos" (sentimientos ambivalentes), las cinco temporadas de "The Wire" (tan buenas como decían) y el curso sobre Nueva Ficción Televisiva en el que todavía ando metido. Además: "Community" está superando sus propios techos en su segunda temporada, y estoy, de manera un poco sorprendente, ansioso porque empiecen los nuevos episodios de "Parks and Recreation". Pero por encima de todo, este ha sido el año en que he descubierto al gran Chris Morris, sin el que me cuesta creer que hubiera vivido hasta ahora.
En cuanto a cine, me he esforzado en ir a las salas un poco más que el año pasado aprovechado que en Zaragoza los cines Aragonia de vez en cuando se descolgaban con alguna película en VO. No soy nada original y voy a destacar "La red social", "Toy Story 3" y la consagración de Apichatpong Weerasethakul (tenía ganas de escribir su nombre, ahora que por fin me lo he aprendido).
Al menos en estos temas puedo ser optimista y estoy seguro de que el 2011 va a seguir habiendo muchas cosas de las que disfrutar.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Dos novelas cinéfilas

He leído casi seguidas dos novelas que exigen (o al menos agradecen) al lector un conocimiento algo más que elemental de la historia del cine.

martes, 23 de noviembre de 2010

Motivos para estar irritado. Parte 1.

Ya me molestaba cuando se lo veía a Iñaki Gabilondo. En su informativo para la Cuatro de vez en cuando entrevistaba personalmente a un prócer. En mitad de alguna respuesta, había un corte y la cámara pasaba de enfocar al entrevistado a centrarse en el entrevistador escuchando la respuesta con gesto atento y reflexivo, quizás asintiendo levemente con la cabeza. Era un plano que no aportaba nada a lo que ostensiblemente era el objeto de interés, es decir, lo que el entrevistado tuviera que decir sobre el tópico en cuestión. Lo que nos comunicaba es que el entrevistador era también (si no más) un protagonista de la escena, y de que se trataba de un intelectual del mismo calibre que el entrevistado, capaz de mantener un diálogo de igual a igual en el que sus reacciones eran tan dignas de atención como las recíprocas. Ni que decir tiene que aquello me parecía un signo de un narcisismo atroz, apenas justificable en un periodista estrella de larga trayectoria, y reconocido prestigio y bla, bla, bla, pero bueno, era un toque personal en algo que se entendía como un informativo “de autor”.

Hete aquí que ahora todas, o la mayoría, o por lo menos demasiadas (no soy un estudioso de los informativos) las entrevistas que aparecen en los telediarios incluyen el contraplano del entrevistador escuchando con gesto serio y aparentemente comprensivo. No se trata de periodistas estrella, sino del último becario contratado; no están hablando con un Premio Nobel, sino con un ama de casa sobre el impacto en su cesta de la compra del precio del centollo o un propietario de bar al que se le ha inundado el local en las últimas tormentas. Parece más bien un apartado del libro de estilo de las cadenas, o algo que les enseñan a los licenciados de periodismo en la Universidad. ¿Qué está pasando aquí? ¿A nadie le parece raro? ¿Qué se pretende transmitir? ¿Una cara humana del periodismo?

jueves, 14 de octubre de 2010

Nobel

La noticia de la concesión del Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa llega con la sensación de algo ya sabido, como si en realidad se lo hubieran dado hace quince años y ahora por algún motivo les hubiera dado por recordarlo. Nada más lógico, más evidente, que un Nobel para el que parece el novelista vivo más importante (más grande) en nuestro idioma. El premio honra a un autor cuya obra casi monumental honra a su vez al premio. En un foro leo una pequeña objeción, que puede resumirse en que, dado que no es probable que caiga otro premio a nuestro idioma en los próximos veinte años, Eduardo Mendoza probablemente se muera sin premio. De primeras, el comentario me resulta chocante: Mendoza tiene una imagen, cuidadosamente cultivada por él mismo, de autor ligero, de obras casi siempre menores, a excepción de su debut (“La verdad sobre el caso Savolta”) y de “La ciudad de los prodigios”. El resto de sus novelas han sido ejercicios abiertamente humorísticos (aunque el humor no ha estado nunca ausente de la escritura de Mendoza) como la popular “Sin noticias de Gurb” o piezas más indefinibles, de extensión pequeña o mediana y tono agridulce que contienen, para mi gusto, la esencia de su literatura, obras como “La isla inaudita” o la obra teatral originalmente en catalán “Restauración”.

Estas reflexiones me pillan a mitad de lectura de “Mauricio o las elecciones primarias”. En un principio, me parece una de las novelas menores de Mendoza, una astracanada en torno a un perdedor que se mueve en el ambiente de la política barcelonesa en los primeros años ochenta. Algunos diálogos graciosos, y el castellano magistral marca de la casa de su autor. Pero van pasando las páginas (tampoco muchas) y los personajes van ganando espesor, vida propia; las peripecias, que parecían acumularse al tuntún, cobran forma, aunque resulte difícil explicar cual es. Cuando llego al final, estoy conmovido e impresionado. Me sigue pareciendo sumamente improbable que vayan a darle nunca el Nobel a Mendoza, pero ya (de nuevo) me doy cuenta de que eso es un problema del Nobel, y que él es, casi disimulando, un autor mayor de nuestro idioma.

Bueno, dentro de veinte años quizás sea el momento para que el catalán obtenga su primer Nobel, y se lo den a Quim Monzó, que tampoco estaría mal.

martes, 21 de septiembre de 2010

Un extraño alto y moreno

“Conocerás al hombre de tus sueños” (You Will Meet a Tall, Dark Stranger) supone mi reencuentro personal con el cine de Woody Allen, cuyas películas recientes había seguido con interés decreciente hasta que, harto de las alabanzas a “Matchpoint”, película que me irritó de manera algo injustificada, dejé de verlas en absoluto. Por un lado, mis hábitos y circunstancias personales hacen que (como por desgracia muchas otras personas) vaya menos al cine que hace una década. Por otra, la prolificidad de Allen, que llueva o truene dirige una película cada año, y el que se trata de un “autor” en el sentido canónico de la palabra, es decir, un director que da vueltas a los mismos temas y obsesiones película tras película, ha provocado una saturación que se refleja en la indiferencia o directa hostilidad que muchos críticos muestran hacia él.
La reacción de la crítica ante las nuevas películas de Allen es un caso particular del caso general del artista de larga carrera cuya obra más relevante se produjo muchos años (incluso décadas) atrás. Recuerdo cuando era joven cómo se recibían los discos de Bob Dylan, antes del resurgimiento artístico y de apreciación que supuso “Time Out of Mind” en 1998 y que se mantiene desde entonces: con una mezcla de esperanza (sucesivos “retornos a la forma”) o vaga irritación porque el Artista siguiera ensuciando su carrera con obras que no añadían nada a su leyenda. La referencia era siempre “Blonde on Blonde” o “Blood on the Tracks", y los valores y cualidades que pudieran tener por sí mismas obras valiosas como “Desire” o “Slow Train Coming”, o desastres como “Down in the Groove” o “Dylan and the Dead” se pasaban por encima casi de puntillas.
Una tendencia natural del cerebro humano es imponer una narrativa a los hechos con los que trata. El cine reciente de Woody Allen formaría parte de un ciclo de decadencia iniciado, a gusto del crítico, en “Manhattan”, “La rosa púrpura del Cairo”, “Delitos y faltas”, “Desmontando a Harry” o “Matchpoint”. Otro automatismo crítico es aplicar a la obra de un autor en la parte final de su carrera cualidades testamentarias y buscar en ella una declaración definitiva sobre el hecho artístico. Considerada así, “Conocerás…” deja una impresión ciertamente amarga: en ella Allen muestra su lado más misantrópico. La brújula moral y psicológica de todos los personajes se mueve entre lo mezquino, lo vanidoso y lo ilusorio, y todos tienen en común la capacidad de engañarse a sí mismos. Una mirada atrás muestra que no se trata de un rasgo nuevo: la estupidez humana es uno de los grandes motivos de la obra de Allen, y las distintas variantes que presentan estos personajes en particular es aparecían ya en “Balas sobre Broadway”, “Maridos y mujeres” o “Delitos y faltas”. Una versión tan negra de la naturaleza humana sólo es soportable, y es el caso de esta película, con buenas dosis de humor, cosa que explica por qué los intentos más serios de Allen se han topado con la indiferencia o la hostilidad de público y crítica.
Aunque se le achaca que últimamente sus películas son “descuidadas”, Allen no ha perdido el pulso de narrador y sabe pasar de una historia a otra de forma ligera y provocando que el total sea algo más que la suma de las partes, que cada hilo de la trama refuerce a los demás y les sirva de comentario. Los protagonistas y sus historias van surgiendo en forma espiral a partir del centro en el que se sitúa la madre: están su marido y su hija, las parejas de estos y, a su vez, los intereses amorosos de estas parejas (en el universo de esta película el concepto romántico del amor habitual en el cine no pinta gran cosa). Quizás no pase al olimpo de las obras maestras del cine, pero me permito apostar unos euros imaginarios a que que en un par de décadas ésta y otras películas de la última época de Woody Allen serán revalorizadas.

miércoles, 30 de junio de 2010

Anasognosia

Casi tanto tiempo como yo llevaba Errol Morris sin actualizar su "blog" en el New York Times, pero en su caso, ha merecido la pena. Su nueva serie de posts, "El dilema del anasognósico", me ha dejado con nuevas palabras que no sé muy bien dónde podré usar.
Por ejemplo: el efecto Dunning-Kruger, que se describe de esta forma: nuestra incompetencia enmascara nuestra capacidad para reconocer nuestra incompetencia. Como explica el doctor Dunning, resulta que las habilidades necesarias para producir la respuesta correcta en un trabajo son en muchos casos las mismas que se requieren para reconocer que la validez de ese trabajo. Ergo, cuando somos incompetentes en el trabajo lo somos también para darnos cuenta de que lo somos.
Y "anasognosia", una condición mental que hace que personas que sufren de alguna incapacidad sean incapaces de darse cuenta de que la sufren. En alguno de los libros de Oliver Sacks, no sé si "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" o "Un antropólogo en Marte" aparecen casos de esta condición terrible y al mismo tiempo hilarante. Personas que tienen, por ejemplo, un brazo paralizado, niegan con toda sinceridad ese hecho, evidente para los demás; si alguien les pide que hagan alguna acción con el brazo paralizado, dicen que no les apetece, que es una tontería, o se comportan como si no hubieran escuchado la petición. Aunque el término inicialmente se aplicaba en el contexto de la hemiplejia, actualmente se utiliza de manera más amplia para otros tipos de fenómenos de negación. Para el investigador V.S. Ramachandran, la anasognosia es un desequilibrio en el conflicto permanente entre distintas partes del cerebro que reaccionan de manera diferente ante los nuevos estímulos: una tiene la misión de mantener la continuidad en nuestra concepción de nosotros mismos y de la realidad; otra registra los hechos de esa realidad buscando anomalías. Cuando la primera parte, por algún motivo, se impone a la segunda, tenemos la anasognosia.
Ejercicio mental: buscar situaciones en las que podríamos estar sufriendo anasognosia, en un sentido amplio. Por supuesto, si realmente la padecemos, no nos daremos cuenta...

lunes, 22 de marzo de 2010

El hombre invisible que cantaba con una voz visible

La primero que pensé cuando me enteré de la muerte de Alex Chilton, fue que se trataba de un suicidio. Hay excusas para tal morbosidad: la cercanía de los fallecimientos de Vic Chestnutt y Mark Linkous, y el hecho de que las pocas referencias personales que tenía sobre el lider de Big Star no daban a entender que se tratara de una persona particularmente feliz. Recibí con cierto grado de alivio la noticia de que se había tratado de un fallo cardíaco, que espero que fuera repentino y poco doloroso.

Siempre me ha fascinado un aspecto de la carrera de Chilton. Críticos y fans consideran sus tres discos originales con Big Star como el punto culminante de su obra. Sin embargo, su principal responsable parecía que simplemente, no eran muy buenos, y durante muchos años recibió con mal disimulada irritación los halagos de los seguidores que convirtieron a Big Star en el grupo de culto por excelencia. Probablemente hay motivos personales implicados: el primer disco estaría sin duda asociado en su mente a sus relaciones personales con Chris Bell, que terminaron de mala manera y que la muerte prematura de Bell impidió reparar. El carácter de Chilton (la palabra inglesa contrariness parece creada especialmente para su personalidad) también es un factor de peso. Pero en cualquier caso, la relación del músico con su obra más reconocida (más amada) nos recuerda que los autores no son nunca los mejores críticos de sus propias obras. Porque, en este caso, Chilton se equivocaba, y sus fans tenían razón: "#1 Record", "Radio City" y "Third/Sisters, lovers" son los discos que miles de personas en todo el mundo hemos hecho sonar estos días para recordarle.

El título del post procede de la canción de los Replacements: creo que no he leído ni un solo post o artículo sobre la muerte de Chilton que no la citara. No era consciente de que fuera un tema tan popular: quizás muchos chavales lo conocían por Guitar Hero hayan descubierto estos días que trataba sobre una persona real.

miércoles, 17 de marzo de 2010

2066

Dos meses y medio me ha costado terminar la primera novela que empecé este año. Este hecho es indicativo de varias cosas, y no es la menos significativa la reducción general que ha sufrido el tiempo que he dedico a la lectura en los últimos años. Desde luego, hace diez o quince años dedicar más de 10 semanas a la lectura de una novela hubiera sido inconcebible. Es incómodo pensarlo, pero es probable que mi capacidad de concentración haya disminuido como consecuencia de la edad. Hace poco leí una lista de síntomas de la depresión que incluía además de la disminución en la concentración otros elementos que me resultaban familiares. Y, justo es reconocerlo, los últimos meses han tenido más motivos de distracción que la mayoría de épocas de mi vida.

Por supuesto, hay un motivo adicional tan importante como los anteriores: “2066” es una novela que puede calificarse de monumental sin que suene a exageración o propaganda, no sólo por su extensión (algo más de 1100 páginas en la edición de Compactos de Anagrama) sino por su ambición. Roberto Bolaño era consciente de ello y hace que uno de sus personajes reivindique el valor de las obras intencionadamente grandiosas y por tanto, añado yo, inevitablemente fallidas en cierta medida (él pone el ejemplo de “Moby Dick”) frente a obras más pulidas y perfectas pero más “pequeñas” (como “Bartleby el escribiente”).

Ni la extensión ni la ambición (ni el tiempo que me ha llevado terminarla) son indicativos de que se trate de una novela particularmente difícil. De hecho, se lee con suma facilidad, y Stephen King, nada sospechoso de snobismo literario, la colocó entre sus libros del año. Lo que no hace es proporcionar respuestas, ni cerrar tramas. No he leído “Los detectives salvajes”, la otra gran novela de Bolaño, pero al parecer le ocurre algo similar. En el caso de “2066”, el hecho es particularmente relevante porque se trata de una novela publicada póstumamente, que el autor no llegó a dar por cerrada. Resulta inevitable preguntarse si las incógnitas que se dejan sin responder se deben a la voluntad del autor, o al hecho de que no tuviera tiempo a darles respuesta. Los ejecutores testamentarios de Bolaño nos aseguran que lo publicado responde casi totalmente al plan del autor, y dan a entender que los retoques que sin duda hubiera dado al manuscrito serían de detalle y no afectarían a la estructura ni al contenido general. Circulan rumores, sin embargo, de partes de “2066” que han quedado inéditas.

Otra pregunta que genera la lectura de “2066” es qué parte de los hechos narrados son reales y cuales inventados. En el centro de toda la novela están los asesinatos de mujeres que llevan ocurriendo en Ciudad Juárez (México) desde principios de los años 90. De las cinco partes de la novela (que Bolaño, viendo cercana su muerte, pretendía publicar por separado pensando que eso garantizaría a sus herederos un flujo más estable de ingresos económicos), la cuarta (llamada “La parte de los crímenes”) es probablemente la que se graba con más fuerza en la mente del lector, pero la presencia de los asesinatos ronda inquietantemente las otras cuatro partes. Los crímenes, descritos de forma casi periodística, forman una sucesión implacable en su crueldad. Algunos de ellos son reales, otros, creo, inventados. En algunos, la policía descubre, o parece descubrir, al criminal, pero una gran mayoría queda impune. Parece que hay uno, o quizás varios, asesinos en serie, o bandas de asesinos. La policía no muestra un excesivo interés en resolver muchos de los casos, que corresponden a mujeres humildes, trabajadores de las maquiladoras o prostitutas, o a desconocidas que nadie reclama. Casi parece inconcebible que algo así esté ocurriendo tanto tiempo, pero sabemos (de vez en cuando una noticia en televisión, o un documental nos lo recuerdan) que sigue sucediendo, no en una novela de ficción sino a personas tan reales como nuestras hermanas y nuestras novias. El gran misterio no es quién comete los crímenes, sino cómo es posible que sigamos viviendo tan tranquilamente con ellos.

Ya que he empezado el año con un novelón, he hecho el propósito de dedicar el resto del año a novelas extensas. Ahora voy a dedicar diez días a cosas más ligeras (algún cuento, unas revistas, posiblemente una novela policíaca y unos cómics), pero tengo ya preseleccionadas varios libros de no menos de 500 páginas. Habrá, espero, ficción y no ficción. No todos serán tan reconocidos literariamente como “2066”, pero todas serán, a su manera, intentos ambiciosos por recoger un mundo en palabras.

jueves, 18 de febrero de 2010

Cabeza llena de napalm

“I’m a street walking cheetah with the head full of napalm / I’m the renegade son of a nuclear H-bomb” Cuando era más joven e ingenuo, Iggy Pop al frente de los Stooges representaba todo lo que era indomable, irreducible e inasimilable por el, llamémoslo así, Sistema. Sencillamente, había demasiada rabia, nihilismo, electricidad en ese sonido como para ser digerido por las masas conformistas. Hasta que en 1996, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Nike produjo un impactante anuncio en el que sonaba… “Search and Destroy” de los Stooges. Con casi treinta años me di cuenta (por fin) de que no existe ninguna expresión puramente artística que no pueda ser asimilada y reutilizada para vender zapatillas. Lo que no significa que “Funhouse” o “Raw Power” no sean, aún hoy, dos discos con un poder extraordinario, capaces de cambiar aunque sea ligeramente la forma de ver el mundo de un hipotético chaval de 16 años que se acerque a ellos sin sospechar su contenido.

Ayer escuché “Search and Destroy” en el último capítulo de Perdidos, confirmando así su estatus como clásico-reconocido-y-aceptado. Los episodios finales de “Lost” son el acontecimiento televisivo (no, audiovisual) de la temporada, y la fecha ya no tan lejana de Mayo en que se emite el último capítulo está marcada con letras roja (bueno, sí, es domingo, pero lo estaría de todas formas). En cierto sentido, es imposible que el final deje satisfecho a nadie, no digamos ya a todo el mundo: las explicaciones concebibles no pueden cubrir todo lo que hemos visto los cinco años anteriores, y aunque lo hagan siempre serán menos fascinantes que el misterio que las precedió. Como llevamos haciendo durante los últimos años los que hemos aguantado/disfrutado del viaje nos dejaremos llevar por los giros de la narración, la fuerza de los personajes y el magnetismo de los actores. El peligro de esta última temporada es que, aunque sean limitadas, hay que dar explicaciones y llevar la historia a un final. Esa obligación puede ir en detrimento de la psicología y de la narración: cuando la trama debe llegar inexorablemente a su punto de destino en un momento prefijado es más sencillo que los guionistas caigan en la tentación de coger atajos, y obliguen a los personajes a hacer cosas que resulten forzadas (no digo inverosímiles porque Perdidos y el realismo se despidieron amistosamente poco más o menos a mitad del episodio piloto). En cualquier caso, y aunque en el peor de los casos el final nos deje un sabor a ceniza, el trayecto habrá merecido la pena.

AÑADO [27-02-2010]: Parece ser, por lo puede leerse en algunos blogs de televisión que el fandom más rabioso de Perdidos está agrupado a grosso modo en dos bandos, los que quieren respuestas, y los que proponen, simplemente, dejarse llevar. Y Maureen Ryan da con una de las preguntas claves: ¿serán capaces de producir un episodio tan bueno como [pon aquí el título de tu episodio favorito] cuando hay tantas cosas de las que deben ocuparse hasta el final?