jueves, 10 de marzo de 2011

Perdidos: posibilidades de una isla

Esta entrada corresponde a una serie de resúmenes de los apuntes tomados en las clases impartidas por Jordi Costa en el Curso de Introducción a la Nueva Ficción Televisiva. Hay una introducción aquí, pero el resumen es: las ideas son de Jordi, los errores son míos.


PERDIDOS: POSIBILIDADES DE UNA ISLA

En el primer episodio de “El prisionero”, serie creada e interpretada en 1967-68 por Patrick McGoohan, un espía (que podría ser el mismo que el actor encarnaba en su serie anterior “Danger Man”) renuncia a su trabajo y es inmediatamente recluido en una misteriosa comunidad (“el pueblo” o "la villa") donde en medio de una atmósfera kafkiana sus captores intentan averiguar los motivos de su defección. No es difícil encontrar en “Perdidos” (2004-2010) ecos de “El prisionero”: personajes que buscan el sentido de su presencia en un entorno que a veces parece situarse fuera de las leyes de la naturaleza, y en el que están rodeados por otros personajes en cuya sinceridad no pueden confiar. No son, por supuesto, las únicas referencias que encontramos en la serie, que hace de la apropiación de materiales ajenos una de sus señas de identidad.

“El prisionero” seguía el modelo más tradicional de la narración televisiva: el de los episodios autoconclusivos que terminan con una vuelta al status quo inicial, el modelo que sigue (y ha parodiado en múltiples ocasiones) “Los Simpson”. Un modelo alternativo de narrativa más extensa, heredero del folletín y el serial, es el de las miniseries, en muchas ocasiones adaptaciones de fuentes literarias (“Grandes relatos”). En los años 80, en series como “Canción triste de Hill Street”, apareció un modelo híbrido en el que los episodios seguían siendo autoconclusivos pero había tramas que se extendían a lo largo de varios capítulos. En variantes más recientes la “temporada” se consolida como unidad narrativa, dentro de la cual hay unidades más pequeñas (los episodios) con autonomía propia pero que, en mayor o menor medida, avanzan la trama que culmina en el “season finale” (lo que yo llamo el modelo Buffy, aunque seguro que tiene antecedentes). Un caso particularmente interesante es el de “Babylon 5” la serie de ciencia ficción creada en los años 90 por J. Michael Straczynski, en la cual los episodios eran netamente autoconclusivos, pero formaban parte de una trama global que abarcaba las 5 temporadas de la serie. En algunas variantes modernas de este modelo (“The Wire”, “Breaking Bad”), prácticamente desaparece el carácter autoconclusivo del episodio, que si bien está estructurado narrativamente con un principio, un desarrollo y un desenlace, carece de sentido aislado del resto de episodios de la serie.

“Perdidos” convierte en bandera su naturaleza fragmentaria en un ejercicio que exige fidelidad del espectador y expulsa al intruso. La multitud de personajes, tramas y puntos de fuga hacen que el espectador casual que encuentra el programa haciendo zapping despreocupadamente se vea sin asideros con que dar sentido al relato. Como serie televisiva popular, se constituye en un medio de transmisión al gran público de las estrategias postmodernas de autores como Thomas Pynchon (“El arco iris de gravedad”, “A contraluz”), Robert Coover (“Azotando a la doncella”, “Una tarde en el cine”) o John Barth (“El plantador de tabaco”). El propósito de originalidad es abandonado: se acumulan las referencias de alta y baja cultura; los mecanismos que construyen la ficción quedan expuestos a la vista. El filósofo y teórico literario Jean-François Lyotard definió el post-modernismo como una “incredulidad hacia las meta-narrativas”. Estas meta-narrativas o “grandes narrativas” son teorías y filosofías unitarias que pretenden dar cuenta del mundo y que se basan en principios como el progreso de la historia, la cognoscibilidad del mundo por la ciencia y la posibilidad de libertad individual. A los grandes relatos de tradición decimonónica que se corresponderían con estas meta-narrativas, la condición postmoderna, que ha dejado de creer en ellas, opone una multitud de micronarrativas, una base de datos fragmentaria en la que se rechaza la voz narrativa única y el sentido totalizador en favor de la multiplicidad, la fragmentación y el juego.

Una de las bases de esta aproximación postmoderna a la narración se encuentra en la descripción que hace Steven Shapiro de la etapa del cómic “Doom Patrol” (DC Comics) escrito por Grant Morrison (1989-1992): ”…todo es prestado o robado. […D]e manera ejemplarmente postmoderna, Morrison destroza, se apropia de, y recicla las fuentes más diversas e incongruentes. […] Una sóla página de Doom Patrol puede contener alusiones y referencias a herejías gnósticas, música pop y teoría del caos, a Thomas De Quincey y Andy Warhol y Jack Kirby, a los hermanos Grimm y Salvador Dalí y Mr. Ed, a X-Ray Spex y My Bloody Valentine y T.S. Eliot y Terence McKenna. […]Contrapone a la tristeza de la rutina estandarizada su continuo despliegue de delirio recombinativo.”

En el blog de Manuel Delgado se analizan y desarrollan algunas de las referencias (las “fuentes visionarias” las llama Delgado) a las que se alude en “Perdidos”, en particular “La Divina Comedia” de Dante, “Del cielo y el infierno” de Swedenborg, el “Paraíso Perdido” de Milton y “La boda del cielo y el infierno” de William Blake. Estas referencias se extraen principalmente de la última etapa (el enfrentamiento Jacob/Humo negro), pero como señala el propio Delgado toda la serie es una colección de alusiones y préstamos: a “La invención de Morel” (a cuyo autor Delgado llama repetidamente, por algún motivo, “Antonio Bioy Casaste”), “El planeta de los simios”, “La tempestad” (y su versión de ciencia ficción, “Planeta prohibido”), “Stalker”, “El señor de las moscas”, y muchas otras.

Delgado habla en su post de cómo en “Perdidos” esta variedad de materiales se encadenan en un precipitado parecido a un argumento. En su artículo “Los clásicos rondan la isla”, Francisco Casavella insistía en la misma idea: “Perdidos” es un “argumento sin trama, una caja de resonancia de otras ficciones familiares en la que se acumulan los falsos crescendos sin resolución cabal.”

Aunque “Perdidos” no es la única serie que he seguido por medios, ejem, poco lícitos, es la única que me he esforzado por ver “en tiempo real”. En estos tiempos en que el visionado de productos audiovisuales es cada vez más individual y aislado, “Perdidos” recuperó para muchos la experiencia comunitaria de ser espectadores simultáneos de unas mismas imágenes. El motivo principal, al menos en mi caso, era acceder con la mayor rapidez posible al tesoro de discusiones, interpretaciones, exégesis y comentarios que proliferaban en Internet desde pocas horas después de cada episodio. Los creadores de la serie, conscientes de esta situación, lo alimentaron conscientemente. Una de las formas en que lo hicieron fue mediante la introducción en los episodios de libros sobre cuyo sentido se desataban posteriormente las especulaciones: “Rebelión en la granja”, “La colina de Watership” o algunas novelas de Stephen King formaron parte de esta “Biblioteca Lost”. La novela de Flann O’Brien “El tercer policía” se convirtió en un inesperado bestseller y alimentó las especulaciones de que la isla era una especie de purgatorio para los fallecidos en el accidente del Oceanic 815. Aunque el fenómeno resultó favorecido por las nuevas tecnologías, no era la primera vez que una serie de televisión despertaba el impulso interpretativo de una multitud de seguidores. En 1990, “Twin Peaks”, la serie creada por David Lynch y Mark Frost fue objeto de un culto similar, que se expresó a través de los medios disponibles en aquel entonces, el más notorio de los cuales fue el fanzine “Wrapped in Plastic”.

Dentro de esta abigarrada amalgama de referentes, “Perdidos” muestra una predilección especial por conceptos procedentes de la literatura de ciencia-ficción, y a través de ella de la física teórica: los viajes en el tiempo y los universos paralelos. En “Los universos alternativos de la ciencia y el futuro del Cosmos” Michiu Kaku cita un episodio (“Person or Persons Unknown”, 1963) de “Twilight Zone” (“Dimensión desconocida”), uno de los clásicos de la televisión estadounidense: en él el protagonista se despierta una mañana en un universo similar al nuestro pero en el que nadie le conoce. La interpretación de Everett y Wheeler postula la existencia de infinidad de universos sutilmente diferentes unos de otros, cada uno de los cuales corresponde a uno de los valores que pueden tomar las magnitudes físicas según las ecuaciones de la mecánica cuántica: cada acto de medición, en el que esas magnitudes toman un valor concreto, separa “nuestro” universo de aquellos otros que son idénticos a él pero en los que la magnitud toma otro de sus valores posibles. Esta idea de universos paralelos (o mundos que no se encuentran ni delante ni detrás en el tiempo del nuestro sino de lado) se recupera en “Perdidos”, pero tiene una larga tradición en la literatura de ciencia ficción, entre cuyos ejemplos más celebres están la novela cómica “Universo de locos” de Fredric Brown, y “El hombre en el castillo” de Phillip K. Dick, que sucede en una Norteamérica en la que los nazis y los japoneses han ganado la II Guerra Mundial, y en la que un escritor de ciencia ficción ha escrito una novela sobre un universo “alternativo” en el que son los aliados los vencedores. Por supuesto, los viajes en el tiempo son otro de los elementos básicos de la ciencia ficción desde H.G. Wells. La idea de unos personajes que se “despegan” de la corriente temporal y cuya percepción salta de un momento a otro (tal como le sucede a Desmond en “La constante”, uno de los episodios más conocidos de la serie) tiene antecedentes en “Matadero 5” de Kurt Vonnegut, y en los comics de Alan Moore, particularmente “Watchmen” (el episodio dedicado al Doctor Manhattan) pero también en “From Hell” o “Tomorrow Stories”. Se trata siempre, conscientemente o no, de un recurso postmoderno en el que es puesta en cuestión una de las bases de la narrativa clásica, la linealidad temporal, con su determinismo unidireccional de causa y efecto. Algunos de los mejores momentos de la serie suceden cuando el espectador se encuentra inesperadamente en un universo “nuevo” cuyas claves desconoce: momentos como la introducción del poblado de Los Otros al principio de la tercera temporada, el cambio de los flashbacks a los flashforwards al final de la misma, o la aparición de lo que parece un universo paralelo en el principio de la sexta.

En cine, películas recientes como “Copia certificada” de Abbas Kiarostami juegan con las bases del relato clásico heredero de David Wark Griffith. Su alternativa original, los seriales de Louis Feuillade (“Judex”, “Las vampiras”), menos interesados en la psicología y la lógica, y cuyo motor es la sorpresa constante, están también en el ADN de “Perdidos”, que en algunos momentos parece abocada a un perpetuum mobile de giros argumentales encadenados.

Dentro de la historia de la televisión, se han mencionado ya algunos precursores de “Perdidos”: “Twilight Zone”, “El prisionero” o “Twin Peaks”. Vale la pena llamar la atención sobre la carrera de J. J. Abrams, uno de los creadores de la serie, aunque su participación directa se limite al episodio piloto. En “Alias” encontramos elementos que reaparecen en “Perdidos”, como la inestabilidad de los roles, la realidad como simulacro y, en el final de la cuarta temporada, un flirteo con la ficción apocalíptica. Quizás la auténtica herencia de “Perdidos” en la televisión norteamericana actual esté en otra de sus series: “Fringe”, de la que no tratamos en el curso, partió de un formato similar a “Expediente X” para convertirse poco a poco (casi de tapadillo) en un relato de largo alcance basado en la idea de los universos paralelos. Otras series, como “Flash Forward” o “The Event”, han aspirado a ocupar el lugar de “Perdidos” (es decir, que han intentado obtener audiencias masivas a través narrativas muy serializadas con elementos de ciencia ficción) pero poco interesante se puede decir de ellas. Es posible, sin embargo, encontrar es espíritu de “Perdidos” en parte de la literatura actual en lengua española, en novelas como “Los muertos” de Jorge Carrión o “El fondo del cielo” de Rodrigo Fresán.

Fuentes y lecturas recomendadas

Fredric Brown. Universo de locos y otras novelas de marcianos. Gigamesh, 2007.
Jorge Carrión. Los muertos. Mondadori, 2009.
Francisco Casavella. Elevación, elegancia y entusiasmo. Galaxia Gutenberg, 2009.
Philip K. Dick. El hombre en el castillo. Minotauro, 2010.
Rodrigo Fresán. El fondo del cielo. Mondadori, 2009.
Michio Kaku. Universos paralelos. Los universos alternativos de la ciencia y el futuro del cosmos. Atalanta, 2008.
Alan Moore, Dave Gibbons. Watchmen. Planeta-Agostini, 2009.
Flann O’Brien. El tercer policía. Nórdica, 2006.
Marcos Ordóñez. Turismo interior. Lumen, 2010.
Simone Regazzoni. Perdidos. La filosofía. Duomo, 2010.
Steven Shapiro. Doom Patrols. A Theoretical Fiction About Postmodernism.
Yasutaka Tsutsui. Hombres salmonella en el planeta porno. Atalanta, 2008.
Kurt Vonnegut. Matadero cinco. Anagrama, 1991

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