jueves, 12 de enero de 2012

22 de noviembre de 1963

Como quizás sea inevitable en el caso de alguien tan prolífico y exitoso, y más aún si se dedica  la literatura de género, Stephen King sigue siendo un escritor incomprendido y minusvalorado. Se piense lo que se piense del resultado final de su trabajo, King no es un escritor de best-sellers empeñado en producir con el mínimo esfuerzo una cuota de páginas anuales para ingresar unos cuantos miles de dólares, sino un autor poseído por el impulso expresivo que busca dar salida a un conjunto fácilmente reconocible de obsesiones y demonios personales. Es decir, un autor y un artista con todas las de la ley. Incluso cuando en un momento de desánimo especuló con una posible retirada de la literatura, aseguró que se trataba de dejar de publicar, no de escribir, y se imaginaba entregando cada año un grueso manuscrito a su banquero para que lo guardara en una caja fuerte. Bajo una imagen pública down-to-earth y tendente al populismo (una actitud típicamente norteamericana que recuerda a la de directores de cine clásico como Ford y Hawks cortando burlonamente cualquier intento de sus adoradores críticos franceses por establecer sus credenciales intelectuales), King es también un escritor que reflexiona astutamente sobre su trabajo y el de sus compañeros de oficio, como atestiguan sus dos excelentes libros de no ficción, "Danza macabra" y "Mientras escribo".
La productividad de King tiene sus inconvenientes: además de ponérselo fácil a sus detractores (como el ínclito Harold Bloom) que lo consideran una especie de fábrica de producción masiva de prosa pobremente elaborada, incluso su mayor admirador tiene que reconocer que hay momentos en que a) echa de menos la intervención de un editor que separe el grano de la paja; b) le da la impresión de que está leyendo algo que ya ha leído antes; o c) no entiende qué demonios pretendía el autor con ese relato en concreto. Por suerte para sus lectores, las ventajas superan ampliamente a los inconvenientes: no sólo tenemos prácticamente asegurado al menos un libro anual, sino que no es raro encontrarnos con un pequeño inventario de novelas o relatos que, por una razón u otra hemos dejado pasar sin leer, pero que están ahí, disponibles si queremos darles una oportunidad (con la ventaja añadida que esos libros suelen ser fácilmente accesibles).

Como sucede con otros autores prolíficos (véase por ejemplo Woody Allen) cada cual tiene su colección de Kings predilectos, y es frecuente que el favorito de uno se encuentre entre los ignorados o peor considerados por otro. El firmante de estas líneas tiene debilidad por "El resplandor" (la primera novela de terror moderno que leyó, y que hasta tiempos recientes le impidió valorar la película de Kubrick en su verdadera valía), "Salem's Lot" (que conoció con el título de "La hora del vampiro") y "La milla verde", entre otras.

A las que se añade desde ahora la que es (por el momento) su última novela, "11-22-63" o "22 de noviembre de 1963". El lector probablemente habrá intuido el origen del título, una fecha que para el público norteamericano es instantáneamente reconocible: la del asesinato del presidente Kennedy en Dallas. No creo que entre en la categoría de spoiler desvelar que el protagonista viaja atrás en el tiempo con la intención de impedir el magnicidio, esperando que la historia estadounidense cambie para mejor; tampoco que King descarta las teorías conspirativas (el asesino de Kennedy es Oswald, y actúa solo), aunque el desenlace final de la novela no será revelado aquí. Una de las primeras reseñas de "11-22-63" fue escrita por el cineasta Errol Morris, que por las mismas fechas entregó un pequeño corto en el que reflexionaba sobre las teorías conspirativas alrededor de la muerte de Kennedy a propósito de la asombrosa presencia en la película Zapruder de un hombre con paraguas negro abierto en la soleada mañana de Dallas en el momento y lugar en que Kennedy es asesinado. Cualquier pedazo de historia, nos dice Morris, que sea analizado tan minuciosamente como aquellos segundos, producirá bolsas de extrañeza infinitamente interpretables.

Los lectores habituales u ocasionales de King no tendrán problema en reconocer en "11-22-63" muchos de los motivos (o tics) de su autor: desde el narrador en primera persona (con frecuencia un escritor) a la descripción de la vida en las pequeñas ciudades de América en la que cierta tendencia al sentimentalismo se contrarresta con la presencia siempre acechante de la violencia más brutal, en especial hacia las mujeres y los niños. También hay ecos del accidente automovilístico real que ha marcado a fuego los últimos años de la carrera de King y de su tendencia a volver la mirada a los escenarios de su obra pasada: si su próxima novela será un retorno al universo de la Torre Oscura, y ha prometido una futura secuela a "El Resplandor", en "11-22-63" vuelve a Derry, el escenario de "It" (1986). "It" fue en su momento una de sus novelas más ambiciosas y aunque en aquel entonces me pareció algo decepcionante (tengo intención de revisarla en algún momento), recuerdo que funcionaba, igual que "11-22-63", como resumen y catálogo de las obsesiones de King y de sus virtudes y defectos como narrador. Las dos novelas tienen otra cosa en común: dos de los finales más satisfactorios y emocionantes para este lector.

Si alguien ha llegado hasta este punto de la entrada puedo asumir que está interesado en King y en esta novela en particular, así que para evitar que haya perdido completamente estos minutos me voy a permitir recomendarle la lectura de otro excelente artículo a propósito de "11-22-63", escrita por Charles Taylor (un crítico cultural al que últimamente le tenía perdida la pista) para "The Nation". Hace especial hincapié en el aspecto político de la novela y de toda la obra reciente de King, y me ha dejado, una vez más, con ganas de revisar otra novela ("Buick 6, un coche perverso") a la que no había prestado mucha atención.

ACTUALIZACIÓN: Me entero por casualidad que ya se ha puesto en marcha la adaptación cinematográfica de "11-22-63". El director que (en este momento) está comprometido a realizarla es Jonathan Demme, lo cual no es mala noticia.

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