lunes, 14 de marzo de 2011

Sobre el doblaje

La idea de que en España el doblaje (de películas y, por extensión, de series de televisión) es particularmente bueno se ha convertido en un lugar común. Como casi todos los lugares comunes, responde parcialmente a una realidad. La adopción por parte de Franco en 1941 de la Ley de Defensa del Idioma de Mussolini, como instrumento de control de las ideas y de fomento del nacionalismo, obligó a que en nuestro país únicamente se exhibieran películas dobladas y por tanto la aparición de buen número de profesionales especializados que no existían en otros países. Profesionales que hacían dignamente el trabajo que se les encargaba y cuyas voces están ligadas en la memoria de los cinéfilos de la época (y de muchos de sus sucesores, que conocieron los clásicos del cine a través de versiones televisadas, por supuesto dobladas) a la época dorada del cine de Hollywood. Otra cosa es que realmente su trabajo tenga realmente la calidad que se le atribuye: mi opinión es que una escucha objetiva de los doblajes, de los años 40 a la actualidad, pone de manifiesto el carácter acartonado y artificial de muchos de ellos. Y eso sin recurrir a historias mil veces contadas sobre los hilarantes cambios introducidos por la censura en “Mogambo”, o sobre el impacto que supuso el doblaje dirigido por Carlos Saura de “El resplandor”, por no limitarnos a cuestiones ideológicas. Independientemente, como se ha señalado hasta la saciedad, en el hipotético caso de que, efectivamente, todos los doblajes fueran de calidad máxima, hurtan al espectador de una parte de la obra, la interpretación vocal de los actores, que no es precisamente menor.


Entonces, ¿está todo claro? En realidad, sí, bastante. La versión original es mejor. El doblaje es un instrumento de manipulación susceptible de ser usado ideológicamente. Las voces de los actores forman parte de su interpretación tanto como su gestualidad o sus movimientos. La versión original permite juegos narrativos con los acentos y las formas particulares de habla de distintas regiones y clases sociales que se pierden cuando todo se vierte en un castellano uniforme como suele ser el caso. Después de pasar 14 años en una ciudad donde la mayor parte de las películas interesantes podían verse en V.O.S.E., y tras la aparición de las ediciones en DVD, la idea de meterme en una sala a ver una película doblada me provoca un rechazo instantáneo.

Ahora bien, una vez expuesta inequívocamente esta superioridad de la versión original sobre la doblada, podemos pensar un poco sobre las zonas de esta cuestión que no están tan claras. Un talibán de la versión original como yo mismo se encuentra muchas veces con motivos para el desconcierto.

Es sabido que, a pesar de la preponderancia actual del sonido directo, muchas de las películas de la historia del cine, y en algunas cinematografías más que en otras, tienen los diálogos grabados en estudio. Es decir, que la versión original es ya una versión doblada. En la mayoría de los casos son los propios actores quienes se doblan a sí mismos, pero la interpretación directa y la de estudio tienen grandes diferencias, y cualquiera que haya sufrido la ordalía de escuchar a Antonio Banderas doblarse a sí mismo en “Two much” estará abierto a la idea de que el que un actor se doble a sí mismo no es una garantía de satisfacción. En otras ocasiones, por diversos motivos, los actores no se doblan a sí mismos en la versión original de sus películas, con ejemplos que incluyen obras maestras incontestables de la historia del cine, como Nino Manfredi en “El verdugo”, o Burt Lancaster en “El gatopardo”. O, bajando un poco el nivel, hace poco me encontré con la sorpresa de que en los años 80 Jackie Chan decidió contratar a un actor para que le doblara (sí, yo veo las películas de Jackie Chan en cantonés, ya he dicho que soy maniático con este tema más allá de lo razonable).

Al menos, en estos casos sabemos cual es la versión original de una película. En el caso de las coproducciones internacionales, la cuestión es mucho más difusa. Podríamos aventurarnos a asegurar que la versión original de “La muerte tenía un precio” es la italiana (al fin y al cabo podemos suponer que el guión estaría escrito originalmente en ese idioma), pero de ahí a que la versión italiana de la película tenga algo que ver con las interpretaciones vocales de Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Klaus Kinski (o incluso Giàn Maria Volonté) va un largo trecho. O, pongamos por caso ¿es original la versión española de “Pánico en el transiberiano”? ¿O a la inglesa? En definitiva, el propio concepto de una versión original de referencia no es tan obvio como podríamos pensar, y en ocasiones es directamente falso.

Un segundo grupo de cuestiones para la reflexión aparece una vez tenemos, afortunadamente, una auténtica versión original subtitulada. Los subtítulos son tan susceptibles de ser manipulados o mal traducidos como el doblaje. La ventaja que presentan es que no sustituyen a la banda sonora original como hace el doblaje, sino que se añaden a ella. Es decir, que si conocemos el idioma original, podemos darnos cuenta de los cambios de una versión respecto a la otra, pero aquellos que vemos películas en idiomas que no conocemos nos vemos potencialmente expuestos a las mismas aberraciones que con el doblaje (con la excepción de la sustitución de una voz por otra). La traducción es un trabajo especializado, mezcla de arte y ciencia, cuyo objetivo se cumple siempre de manera parcial y discutible, que en el caso de los subtítulos tiene limitaciones añadidas, y que me atrevo a apostar a que no está especialmente bien pagado. No es de extrañar, por tanto, que abunden los ejemplos en que, aún sin conocer el idioma original, podemos darnos cuenta de que algo no termina de “sonar bien” en los subtítulos. Un caso reciente ha sido el del estreno en cines y la edición en DVD de “Nausicaä del Valle del Viento”: ¿es mejor ver la versión doblada (que desconozco) o una versión original en la que el texto de los subtítulos está recortado hasta límites irreconocibles, o pasado por el traductor de Google (versión 2007) a partir de una versión no profesional encontrada en Internet? Mi respuesta es “sí, pero...” o “no lo sé”, según el día.

Un último tema para la reflexión está en la vieja excusa que ponen aquellos que, por pereza o falta de interés, se niegan a ver películas en versión original: aquello de “no quiero estar leyendo a la vez que veo la película”. Mi respuesta durante muchos años (con variaciones de tono dependiendo del interlocutor y del humor con que me pillara la discusión) ha consistido en explicar mi experiencia personal: que una vez uno se acostumbra (cosa que puede ocurrir incluso durante la duración de la primera película que se ve subtitulada), la lectura de los subtítulos se realiza de forma automática y no interfiere con la visión de la película, de la misma forma en que la inspección continuada que los conductores hacen del espejo retrovisor no impide que sean conscientes de lo que ocurre en la carretera delante de ellos. (No sé si es algo común o consecuencia de mi defectuosa memoria, pero poco después de ver una película suelo ser incapaz de recordar si la he visto en versión original o doblada, a no ser que recuerde alguna frase concreta del diálogo, a pesar de que no es raro que recuerde el timbre de la voz de los actores.) Ahora bien, últimamente me he dado cuenta de dos cosas: en primer lugar, de que se trata de una impresión subjetiva que no tiene por qué ser compartida por todo el mundo, y que depende de un aprendizaje que realicé cuando era mucho más joven: es posible que un adulto que no haya visto nunca una película subtitulada tenga una experiencia sustancialmente diferente. Y segundo, que aunque yo creo que no me estoy perdiendo nada por leer los subtítulos, no tengo la seguridad completa de que esto sea así: podría tratarse de un ejemplo de anasognosia, de alguien que no sabe que no sabe. En los últimos años se está investigando bastante sobre los procesos de percepción de la imagen cinematográfica, que son en cualquier caso más complejos de lo que parecen a simple vista; no es del todo descartable que la implicación de la visión en la actividad de lectura “escamotee” información visual que permitiera un procesado de las imágenes más completo y quizás más rico. Personalmente, tengo dudas de que esto sea así, pero no tengo las cosas tan claras como antes.

7 comentarios:

  1. En el caso de las coproducciones tan típicas de los años 60, no sé si se puede hablar de una versión original, ya que la versión original auténtica no está pensada para la exhibición. En ellas cada actor hablaba en su lengua nativa, contando con doblar las demás para cada país. Un amigo que trabaja en la Filmoteca de Albacete me comentó que tenían en celuloide "Quién puede matar a un niño?" de N.I.Serrador y advirtieron que se trataba de la versión original, pero la gente no se dio cuenta de lo que eso verdaderamente significaba hasta que empezó la proyección, lo que probablemente supuso la marcha de la sala de buena parte del público, cansado de esa mezcolanza de idiomas sin subtítulos. También me pregunto, por ejemplo, cuál es la versión original de "Héroes". ¿Acaso Emma Suárez habló en catalán y luego se dobló a sí misma en castellano? Lo dudo mucho. Una cosa que no he dicho a los muchos detractores de mi artículo, pero ahora lo tengo que decir, es que el doblae sí tiene un efecto bueno, que es que a mucha gente, como a mí mismo, nos hizo apreciar la película por la calidad, con independencia de la procedencia. Yo de pequeño estaba convencido de que todas las películas no españolas eran estadounidenses o, bueno, en realidad, eran de un sitio indefinido. Mucho después entendí que provenían de distintos países. Pues bien, años después, tras haber vivido en países de habla inglesa, comprobé que el hecho de no doblarlas hace que vean las películas que no están en inglés como un rollo, algo culturetas e incluso algo tercermundista, así que creo que algo bueno sí tiene el doblaje.

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  2. Otro argumento en contra de los que dicen de que en España tenemos muy buen doblaje y se mejoran las voces de los actores originales, me pregunto si no se le hizo poner esa voz o se eligió a ese actor así a propósito. A lo mejor no querían que tuviera una voz muy bonita. No todo el mundo tiene voces bonitas y el cine debería reflejar la realidad, ¿no?

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  3. Otra peli que me olvidé de comentar es "Two Much". Debería estar en los puestos más altos del ránking. Pero no porque Antonio Banderas se doble a sí mismo, sino porque queda fatal la diferencia entre la pronunciación de las palabras inglesas por Banderas, que las pronuncia bien, y las del resto, que pronuncian, por ejemplo, Harry a la española ("Jarri"). Y ese es otro tema que ha hecho mucho daño al aprendizaje de idiomas en nuestro país...

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  4. Esto del doblaje tiene mucho de subjetivo, a mí me pasa por ejemplo que el doblaje de las películas americanas no me chirría mucho (si no conozco el original), pero en el caso de películas francesas o italianas me resulta mucho más molesto (esos dobladores intentando imitar la entonación italiana como si fuera un anuncio de capuchino Nescafé o pasta Boutoni...) E incluso los más ardientes detractores del doblaje tienen (o tenemos) algún caso en que tenemos al personaje tan asociado a la voz del doblador que el que nos suena falso es el original (ejemplo típico: Homer Simpson)

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  5. Por cierto, Jesús, ¿qué es eso de los "muchos detractores de tu artículo"? Los comentarios que había en el blog de Carlos eran buenos, creo recordar.

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  7. Ah, sí, eso fue porque un amigo con muchos contactos me reblogueó (se dice así?) en Facebook y ahí sí me pusieron pingando, sobre todo aquellos que se dedican profesionalmente al doblaje. Eso también fue por culpa del puto Carlos, que en vez de publicar mi artículo me lo metió en un enlace, de modo que al rebloguear, la gente manda el enlace del documento y, claro, no pueden dejar comentarios. Una pena.

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