lunes, 12 de diciembre de 2011

Zánganos en Verdún

Si las magnas "Encyclopedia of Fantasy" y "Encyclopedia of Science Fiction" dirigidas por John Clute contienen entradas sobre P.G. Wodehouse se debe a un par de obras menores de temática fantástica, pero no resulta descabellado (ni especialmente original) argüir que toda la obra del humorista británico pertenece al género de la ucronía, y que su Inglaterra de mansiones de campo, concursos de engorde de cerdos, aristócratas distraídos, tías amedrentadoras, mayordomos pluscuamperfectos, jóvenes zangolotinos en perpetua necesidad de unas pocas libras para apostar en las carreras, ladrones de joyas y starlets de Hollywood es una creación imaginativa de especie similar a la Tierra Media de Tolkien o el Westeros de George R.R. Martin. Aunque su autor afirmaba que su obra recordaba el mundo edwardiano de su juventud, podemos estar razonablemente seguros de que ese mundo jamás existió nunca fuera de las páginas de su extensa obra.

Repasando estos días "Pues vaya", la selección de relatos y extractos de novelas que publicó Anagrama hace unos años, la coincidencia temporal con el estreno de "Las aventuras de Tintín" me ha hecho pensar en los puntos de contacto entre los universos de Hergé y de Wodehouse. Ciertamente, no resulta descabellado imaginar una visita de Bertie Wooster a Moulinsart, (acompañado de Jeeves, quien tendría multitud de historias que compartir con el bueno de Nestor), o de la Castafiore al castillo de Blandings. Sus creadores también tendrían materia de conversación en su común experiencia de haber sido acusados de colaboracionismo con los nazis. Parece claro que tanto Hergé como Wodehouse eran algo así como unos "inocentes" en lo que se refiere a la política; también que sus obras tienen, como el documental sobre George Harrison recientemente estrenado, una cara oscura que se manifiesta "por ausencia", en una especie de más o menos inconsciente "silencio ensordecedor". En el caso de Hergé es la sombra del brutal colonialismo belga, en el de Wodehouse ese fantasma que recorría Europa hace no tantas décadas y que hoy parece casi olvidado; me refiero, claro está, a la lucha de clases. A buen seguro, la existencia idílica de Lord Emsworth o de Pongo Whistleton requiere para su mantenimiento del trabajo oculto de una clase explotada; y es probable que incluso Jeeves o el jardinero de Blandings, que no vivían nada mal, tendrían en petit comité algunas palabras menos que halagüeñas sobre sus "superiores". No son las única fuerzas ocultas rebullendo bajo la superficie; tanto Hergé, que trabajaba ostensiblemente para un público infantil, como Wodehouse, que no lo hacía, ignoran (o evitan) cualquier señal de instinto sexual en sus personajes, tan inocentes en el amor con en la política.

Los tebeos de Hergé como los relatos de Wodehouse también comparten su especificidad hacia los medios en que nacieron. Las aventuras de Tintín suceden en las páginas de colores planos y líneas limpias de los álbumes de comics; si hay alguna conclusión que extraer de la (por otra parte divertidísima y técnicamente virtuosa) adaptación de Spielberg, es que los volúmenes, las texturas y el movimiento vertiginoso de la cámara no sólo son ajenos a Tintín: de alguna forma son "anti-tintinescos". Aunque no he tenido la suerte de ver ninguna de las adaptaciones de las obras de Wodehouse a la televisión, y tengo la máxima confianza en el talento cómico de Stephen Fry y Hugh Laurie, el genio de Wodehouse es puramente literario y, como explica el propio Fry en el prólogo de "Pues vaya", intraducible a otros medios.

No deja de ser injusto detenerse como he hecho antes en los detalles menos claros de dos obras que, si realmente tienen algo en común, es su capacidad para producir en sus lectores algo que no puede llamarse otra cosa que felicidad. En un libro excelente y ya clásico, "La gran guerra y la memoria moderna" (hay traducción española en Turner), el historiador Paul Fussell analiza el bagaje literario que los soldados británicos llevaron a la primera guerra mundial, y la literatura que a su vez produjeron tras el conflicto. Fussell nos recuerda que entre los soldados que murieron a miles en el barro de las trincheras francesas estaban muchos jóvenes cultos de clase media y alta que, de haber nacido unos años antes, hubieran compartido clases universitarias en Oxford y noches de parranda en el Club de los Zánganos con Freddie Widgeon y Bingo Little. Wodehouse, que vivió los años de la Gran Guerra pero al parecer jamás hizo por escrito la mínima mención a ella, creó en cerca de un centenar de libros un posible Paraíso para los caídos en Verdún y el Somme; un paraíso que, como el de Hergé, está entre los pocos verdaderos Edenes que nos ha sido dado conocer.

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