viernes, 13 de abril de 2012

Una visita de la cuadrilla de matones

Como mediocre funcionario de provincias no relacionado con ningún tipo de "mundillo", mi conocimiento sobre el impacto en el mundo "real" producido por una película, un libro o un cómic procede de la observación de primera mano (cuando vivía en Madrid era fácil darse cuenta de qué libros leía la gente en el metro), de la información facilitada por medios generalistas (tipo El País o Televisión Española) y de un muy parcial y limitado sondeo de fuentes online como Twitter y Facebook, algunos blogs de comics y cine, o el Focoforo.

Podría ser por tanto que, sin que yo me haya enterado, "El tiempo es un canalla" (A Visit from the Goon Squad, 2010), la novela de Jennifer Egan publicada en España a finales del año pasado por la editorial Minúscula, esté siendo toda una sensación. No faltan motivos extraliterarios para ello: el libro viene acompañado por la vitola de Premio Pulitzer y la aparición en múltiples listas americanas de "lo mejor del 2010". Más aún, parece ser que hay en marcha (aunque nunca se sabe del todo con estas cosas) un proyecto de adaptación televisiva nada menos que por parte de HBO. Cuando apareció la traducción castellana, mi reacción instintiva fue dejar pasar el tiempo a la espera de que mentes más lúcidas me indicaran si realmente valía la pena gastarme el dinero y más importante, el tiempo y el espacio de estantería. No es la primera ni será la última vez que el hype que rodea a un producto cultural provoca una reacción de desconfianza; en algunas ocasiones tal desconfianza ha resultado justificada y en otras ha retrasado mi disfrute de obras excepcionales.


El caso es que han ido pasando los meses ante la aparente indiferencia de mis referentes personales, y en un arrebato de esos de los que uno se arrepiente cuatro veces de cada cinco, me he hecho con una copia del libro y más aún, lo he leído. Me alegra poder decir que ha valido la pena.
"El tiempo es un canalla" es lo que en estos tiempos suele llamarse una novela post-moderna (alarma número uno), que combina múltiples puntos de vista y estilos literarios. Si el lector conoce de antemano una sola cosa de la novela, es probable que sea que uno de sus capítulos tiene forma de presentación de PowerPoint. La estructura fragmentaria del libro (la de una novela construida a partir de relatos independientes pero relacionados) resultará familiar al aficionado a la ciencia ficción: se trata de lo que en el género se conoce como un fix-up, forma que ha dado lugar a clásicos como "Pavana", "Ciudad" o "Fundación"; la conexión resulta apropiada para una novela cuyo rango temporal de más de 40 años se extiende al futuro próximo. Si ese lector hubiera leído alguna crítica de la novela, es también bastante probable que en ella apareciera el nombre de David Foster Wallace (alarma número dos). La autora, sin duda consciente de esta posibilidad, ha escrito uno de los relatos en una parodia completamente hilarante del estilo de Wallace, y me gusta pensar que éste se hubiera tomado con buen humor la alusión. Como en el caso de Wallace, el valor de "El tiempo es un canalla" no reside en sus (en mi opinión satisfactorias) pirotecnias estilísticas, sino en cómo éstas están al servicio de los temas de la obra y, más decisivamente, de la empatía profunda del autor con sus personajes. (Breve inciso para señalar que, a medida que me hago más viejo y más sabio, o más blando, ésta parece ser cada vez más la clave para calibrar el valor de una obra).

El tema principal del libro (el villano de la función) es desvelado en la traducción española del título: el impacto acumulado de los grandes y pequeños estragos, catástrofes y crisis que produce el paso del tiempo. Un tema que coloca a Egan en un puente imposible entre Marcel Proust y la ciencia ficción clásica mencionada. En cualquier caso, un ejemplo no tan frecuente como sería de desear de obra intelectualmente estimulante y completamente accesible, y que espero que, volviendo al principio, esté teniendo más repercusión que la que parece desde aquí.

Habiendo escrito el post anterior sobre Jaime Hernández, no puedo menos que recordar que el ambiente en que se desarrolla la novela se relaciona tangencialmente con el mundo de "Locas": uno de los protagonistas es un músico punk hispano llamado Bernie Salazar que se convierte en productor discográfico de éxito: no resulta difícil imaginar a Maggie y Hopey frecuentando los mismos clubs, o a Penny Century bañándose en la piscina de su mansión.

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