“Conocerás al hombre de tus sueños” (You Will Meet a Tall, Dark Stranger) supone mi reencuentro personal con el cine de Woody Allen, cuyas películas recientes había seguido con interés decreciente hasta que, harto de las alabanzas a “Matchpoint”, película que me irritó de manera algo injustificada, dejé de verlas en absoluto. Por un lado, mis hábitos y circunstancias personales hacen que (como por desgracia muchas otras personas) vaya menos al cine que hace una década. Por otra, la prolificidad de Allen, que llueva o truene dirige una película cada año, y el que se trata de un “autor” en el sentido canónico de la palabra, es decir, un director que da vueltas a los mismos temas y obsesiones película tras película, ha provocado una saturación que se refleja en la indiferencia o directa hostilidad que muchos críticos muestran hacia él.
La reacción de la crítica ante las nuevas películas de Allen es un caso particular del caso general del artista de larga carrera cuya obra más relevante se produjo muchos años (incluso décadas) atrás. Recuerdo cuando era joven cómo se recibían los discos de Bob Dylan, antes del resurgimiento artístico y de apreciación que supuso “Time Out of Mind” en 1998 y que se mantiene desde entonces: con una mezcla de esperanza (sucesivos “retornos a la forma”) o vaga irritación porque el Artista siguiera ensuciando su carrera con obras que no añadían nada a su leyenda. La referencia era siempre “Blonde on Blonde” o “Blood on the Tracks", y los valores y cualidades que pudieran tener por sí mismas obras valiosas como “Desire” o “Slow Train Coming”, o desastres como “Down in the Groove” o “Dylan and the Dead” se pasaban por encima casi de puntillas.
Una tendencia natural del cerebro humano es imponer una narrativa a los hechos con los que trata. El cine reciente de Woody Allen formaría parte de un ciclo de decadencia iniciado, a gusto del crítico, en “Manhattan”, “La rosa púrpura del Cairo”, “Delitos y faltas”, “Desmontando a Harry” o “Matchpoint”. Otro automatismo crítico es aplicar a la obra de un autor en la parte final de su carrera cualidades testamentarias y buscar en ella una declaración definitiva sobre el hecho artístico. Considerada así, “Conocerás…” deja una impresión ciertamente amarga: en ella Allen muestra su lado más misantrópico. La brújula moral y psicológica de todos los personajes se mueve entre lo mezquino, lo vanidoso y lo ilusorio, y todos tienen en común la capacidad de engañarse a sí mismos. Una mirada atrás muestra que no se trata de un rasgo nuevo: la estupidez humana es uno de los grandes motivos de la obra de Allen, y las distintas variantes que presentan estos personajes en particular es aparecían ya en “Balas sobre Broadway”, “Maridos y mujeres” o “Delitos y faltas”. Una versión tan negra de la naturaleza humana sólo es soportable, y es el caso de esta película, con buenas dosis de humor, cosa que explica por qué los intentos más serios de Allen se han topado con la indiferencia o la hostilidad de público y crítica.
Aunque se le achaca que últimamente sus películas son “descuidadas”, Allen no ha perdido el pulso de narrador y sabe pasar de una historia a otra de forma ligera y provocando que el total sea algo más que la suma de las partes, que cada hilo de la trama refuerce a los demás y les sirva de comentario. Los protagonistas y sus historias van surgiendo en forma espiral a partir del centro en el que se sitúa la madre: están su marido y su hija, las parejas de estos y, a su vez, los intereses amorosos de estas parejas (en el universo de esta película el concepto romántico del amor habitual en el cine no pinta gran cosa). Quizás no pase al olimpo de las obras maestras del cine, pero me permito apostar unos euros imaginarios a que que en un par de décadas ésta y otras películas de la última época de Woody Allen serán revalorizadas.
martes, 21 de septiembre de 2010
miércoles, 30 de junio de 2010
Anasognosia
Casi tanto tiempo como yo llevaba Errol Morris sin actualizar su "blog" en el New York Times, pero en su caso, ha merecido la pena. Su nueva serie de posts, "El dilema del anasognósico", me ha dejado con nuevas palabras que no sé muy bien dónde podré usar.
Por ejemplo: el efecto Dunning-Kruger, que se describe de esta forma: nuestra incompetencia enmascara nuestra capacidad para reconocer nuestra incompetencia. Como explica el doctor Dunning, resulta que las habilidades necesarias para producir la respuesta correcta en un trabajo son en muchos casos las mismas que se requieren para reconocer que la validez de ese trabajo. Ergo, cuando somos incompetentes en el trabajo lo somos también para darnos cuenta de que lo somos.
Y "anasognosia", una condición mental que hace que personas que sufren de alguna incapacidad sean incapaces de darse cuenta de que la sufren. En alguno de los libros de Oliver Sacks, no sé si "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" o "Un antropólogo en Marte" aparecen casos de esta condición terrible y al mismo tiempo hilarante. Personas que tienen, por ejemplo, un brazo paralizado, niegan con toda sinceridad ese hecho, evidente para los demás; si alguien les pide que hagan alguna acción con el brazo paralizado, dicen que no les apetece, que es una tontería, o se comportan como si no hubieran escuchado la petición. Aunque el término inicialmente se aplicaba en el contexto de la hemiplejia, actualmente se utiliza de manera más amplia para otros tipos de fenómenos de negación. Para el investigador V.S. Ramachandran, la anasognosia es un desequilibrio en el conflicto permanente entre distintas partes del cerebro que reaccionan de manera diferente ante los nuevos estímulos: una tiene la misión de mantener la continuidad en nuestra concepción de nosotros mismos y de la realidad; otra registra los hechos de esa realidad buscando anomalías. Cuando la primera parte, por algún motivo, se impone a la segunda, tenemos la anasognosia.
Ejercicio mental: buscar situaciones en las que podríamos estar sufriendo anasognosia, en un sentido amplio. Por supuesto, si realmente la padecemos, no nos daremos cuenta...
Por ejemplo: el efecto Dunning-Kruger, que se describe de esta forma: nuestra incompetencia enmascara nuestra capacidad para reconocer nuestra incompetencia. Como explica el doctor Dunning, resulta que las habilidades necesarias para producir la respuesta correcta en un trabajo son en muchos casos las mismas que se requieren para reconocer que la validez de ese trabajo. Ergo, cuando somos incompetentes en el trabajo lo somos también para darnos cuenta de que lo somos.
Y "anasognosia", una condición mental que hace que personas que sufren de alguna incapacidad sean incapaces de darse cuenta de que la sufren. En alguno de los libros de Oliver Sacks, no sé si "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" o "Un antropólogo en Marte" aparecen casos de esta condición terrible y al mismo tiempo hilarante. Personas que tienen, por ejemplo, un brazo paralizado, niegan con toda sinceridad ese hecho, evidente para los demás; si alguien les pide que hagan alguna acción con el brazo paralizado, dicen que no les apetece, que es una tontería, o se comportan como si no hubieran escuchado la petición. Aunque el término inicialmente se aplicaba en el contexto de la hemiplejia, actualmente se utiliza de manera más amplia para otros tipos de fenómenos de negación. Para el investigador V.S. Ramachandran, la anasognosia es un desequilibrio en el conflicto permanente entre distintas partes del cerebro que reaccionan de manera diferente ante los nuevos estímulos: una tiene la misión de mantener la continuidad en nuestra concepción de nosotros mismos y de la realidad; otra registra los hechos de esa realidad buscando anomalías. Cuando la primera parte, por algún motivo, se impone a la segunda, tenemos la anasognosia.
Ejercicio mental: buscar situaciones en las que podríamos estar sufriendo anasognosia, en un sentido amplio. Por supuesto, si realmente la padecemos, no nos daremos cuenta...
lunes, 22 de marzo de 2010
El hombre invisible que cantaba con una voz visible
La primero que pensé cuando me enteré de la muerte de Alex Chilton, fue que se trataba de un suicidio. Hay excusas para tal morbosidad: la cercanía de los fallecimientos de Vic Chestnutt y Mark Linkous, y el hecho de que las pocas referencias personales que tenía sobre el lider de Big Star no daban a entender que se tratara de una persona particularmente feliz. Recibí con cierto grado de alivio la noticia de que se había tratado de un fallo cardíaco, que espero que fuera repentino y poco doloroso.
Siempre me ha fascinado un aspecto de la carrera de Chilton. Críticos y fans consideran sus tres discos originales con Big Star como el punto culminante de su obra. Sin embargo, su principal responsable parecía que simplemente, no eran muy buenos, y durante muchos años recibió con mal disimulada irritación los halagos de los seguidores que convirtieron a Big Star en el grupo de culto por excelencia. Probablemente hay motivos personales implicados: el primer disco estaría sin duda asociado en su mente a sus relaciones personales con Chris Bell, que terminaron de mala manera y que la muerte prematura de Bell impidió reparar. El carácter de Chilton (la palabra inglesa contrariness parece creada especialmente para su personalidad) también es un factor de peso. Pero en cualquier caso, la relación del músico con su obra más reconocida (más amada) nos recuerda que los autores no son nunca los mejores críticos de sus propias obras. Porque, en este caso, Chilton se equivocaba, y sus fans tenían razón: "#1 Record", "Radio City" y "Third/Sisters, lovers" son los discos que miles de personas en todo el mundo hemos hecho sonar estos días para recordarle.
El título del post procede de la canción de los Replacements: creo que no he leído ni un solo post o artículo sobre la muerte de Chilton que no la citara. No era consciente de que fuera un tema tan popular: quizás muchos chavales lo conocían por Guitar Hero hayan descubierto estos días que trataba sobre una persona real.
Siempre me ha fascinado un aspecto de la carrera de Chilton. Críticos y fans consideran sus tres discos originales con Big Star como el punto culminante de su obra. Sin embargo, su principal responsable parecía que simplemente, no eran muy buenos, y durante muchos años recibió con mal disimulada irritación los halagos de los seguidores que convirtieron a Big Star en el grupo de culto por excelencia. Probablemente hay motivos personales implicados: el primer disco estaría sin duda asociado en su mente a sus relaciones personales con Chris Bell, que terminaron de mala manera y que la muerte prematura de Bell impidió reparar. El carácter de Chilton (la palabra inglesa contrariness parece creada especialmente para su personalidad) también es un factor de peso. Pero en cualquier caso, la relación del músico con su obra más reconocida (más amada) nos recuerda que los autores no son nunca los mejores críticos de sus propias obras. Porque, en este caso, Chilton se equivocaba, y sus fans tenían razón: "#1 Record", "Radio City" y "Third/Sisters, lovers" son los discos que miles de personas en todo el mundo hemos hecho sonar estos días para recordarle.
El título del post procede de la canción de los Replacements: creo que no he leído ni un solo post o artículo sobre la muerte de Chilton que no la citara. No era consciente de que fuera un tema tan popular: quizás muchos chavales lo conocían por Guitar Hero hayan descubierto estos días que trataba sobre una persona real.
miércoles, 17 de marzo de 2010
2066
Dos meses y medio me ha costado terminar la primera novela que empecé este año. Este hecho es indicativo de varias cosas, y no es la menos significativa la reducción general que ha sufrido el tiempo que he dedico a la lectura en los últimos años. Desde luego, hace diez o quince años dedicar más de 10 semanas a la lectura de una novela hubiera sido inconcebible. Es incómodo pensarlo, pero es probable que mi capacidad de concentración haya disminuido como consecuencia de la edad. Hace poco leí una lista de síntomas de la depresión que incluía además de la disminución en la concentración otros elementos que me resultaban familiares. Y, justo es reconocerlo, los últimos meses han tenido más motivos de distracción que la mayoría de épocas de mi vida.
Por supuesto, hay un motivo adicional tan importante como los anteriores: “2066” es una novela que puede calificarse de monumental sin que suene a exageración o propaganda, no sólo por su extensión (algo más de 1100 páginas en la edición de Compactos de Anagrama) sino por su ambición. Roberto Bolaño era consciente de ello y hace que uno de sus personajes reivindique el valor de las obras intencionadamente grandiosas y por tanto, añado yo, inevitablemente fallidas en cierta medida (él pone el ejemplo de “Moby Dick”) frente a obras más pulidas y perfectas pero más “pequeñas” (como “Bartleby el escribiente”).
Ni la extensión ni la ambición (ni el tiempo que me ha llevado terminarla) son indicativos de que se trate de una novela particularmente difícil. De hecho, se lee con suma facilidad, y Stephen King, nada sospechoso de snobismo literario, la colocó entre sus libros del año. Lo que no hace es proporcionar respuestas, ni cerrar tramas. No he leído “Los detectives salvajes”, la otra gran novela de Bolaño, pero al parecer le ocurre algo similar. En el caso de “2066”, el hecho es particularmente relevante porque se trata de una novela publicada póstumamente, que el autor no llegó a dar por cerrada. Resulta inevitable preguntarse si las incógnitas que se dejan sin responder se deben a la voluntad del autor, o al hecho de que no tuviera tiempo a darles respuesta. Los ejecutores testamentarios de Bolaño nos aseguran que lo publicado responde casi totalmente al plan del autor, y dan a entender que los retoques que sin duda hubiera dado al manuscrito serían de detalle y no afectarían a la estructura ni al contenido general. Circulan rumores, sin embargo, de partes de “2066” que han quedado inéditas.
Otra pregunta que genera la lectura de “2066” es qué parte de los hechos narrados son reales y cuales inventados. En el centro de toda la novela están los asesinatos de mujeres que llevan ocurriendo en Ciudad Juárez (México) desde principios de los años 90. De las cinco partes de la novela (que Bolaño, viendo cercana su muerte, pretendía publicar por separado pensando que eso garantizaría a sus herederos un flujo más estable de ingresos económicos), la cuarta (llamada “La parte de los crímenes”) es probablemente la que se graba con más fuerza en la mente del lector, pero la presencia de los asesinatos ronda inquietantemente las otras cuatro partes. Los crímenes, descritos de forma casi periodística, forman una sucesión implacable en su crueldad. Algunos de ellos son reales, otros, creo, inventados. En algunos, la policía descubre, o parece descubrir, al criminal, pero una gran mayoría queda impune. Parece que hay uno, o quizás varios, asesinos en serie, o bandas de asesinos. La policía no muestra un excesivo interés en resolver muchos de los casos, que corresponden a mujeres humildes, trabajadores de las maquiladoras o prostitutas, o a desconocidas que nadie reclama. Casi parece inconcebible que algo así esté ocurriendo tanto tiempo, pero sabemos (de vez en cuando una noticia en televisión, o un documental nos lo recuerdan) que sigue sucediendo, no en una novela de ficción sino a personas tan reales como nuestras hermanas y nuestras novias. El gran misterio no es quién comete los crímenes, sino cómo es posible que sigamos viviendo tan tranquilamente con ellos.
Ya que he empezado el año con un novelón, he hecho el propósito de dedicar el resto del año a novelas extensas. Ahora voy a dedicar diez días a cosas más ligeras (algún cuento, unas revistas, posiblemente una novela policíaca y unos cómics), pero tengo ya preseleccionadas varios libros de no menos de 500 páginas. Habrá, espero, ficción y no ficción. No todos serán tan reconocidos literariamente como “2066”, pero todas serán, a su manera, intentos ambiciosos por recoger un mundo en palabras.
Por supuesto, hay un motivo adicional tan importante como los anteriores: “2066” es una novela que puede calificarse de monumental sin que suene a exageración o propaganda, no sólo por su extensión (algo más de 1100 páginas en la edición de Compactos de Anagrama) sino por su ambición. Roberto Bolaño era consciente de ello y hace que uno de sus personajes reivindique el valor de las obras intencionadamente grandiosas y por tanto, añado yo, inevitablemente fallidas en cierta medida (él pone el ejemplo de “Moby Dick”) frente a obras más pulidas y perfectas pero más “pequeñas” (como “Bartleby el escribiente”).
Ni la extensión ni la ambición (ni el tiempo que me ha llevado terminarla) son indicativos de que se trate de una novela particularmente difícil. De hecho, se lee con suma facilidad, y Stephen King, nada sospechoso de snobismo literario, la colocó entre sus libros del año. Lo que no hace es proporcionar respuestas, ni cerrar tramas. No he leído “Los detectives salvajes”, la otra gran novela de Bolaño, pero al parecer le ocurre algo similar. En el caso de “2066”, el hecho es particularmente relevante porque se trata de una novela publicada póstumamente, que el autor no llegó a dar por cerrada. Resulta inevitable preguntarse si las incógnitas que se dejan sin responder se deben a la voluntad del autor, o al hecho de que no tuviera tiempo a darles respuesta. Los ejecutores testamentarios de Bolaño nos aseguran que lo publicado responde casi totalmente al plan del autor, y dan a entender que los retoques que sin duda hubiera dado al manuscrito serían de detalle y no afectarían a la estructura ni al contenido general. Circulan rumores, sin embargo, de partes de “2066” que han quedado inéditas.
Otra pregunta que genera la lectura de “2066” es qué parte de los hechos narrados son reales y cuales inventados. En el centro de toda la novela están los asesinatos de mujeres que llevan ocurriendo en Ciudad Juárez (México) desde principios de los años 90. De las cinco partes de la novela (que Bolaño, viendo cercana su muerte, pretendía publicar por separado pensando que eso garantizaría a sus herederos un flujo más estable de ingresos económicos), la cuarta (llamada “La parte de los crímenes”) es probablemente la que se graba con más fuerza en la mente del lector, pero la presencia de los asesinatos ronda inquietantemente las otras cuatro partes. Los crímenes, descritos de forma casi periodística, forman una sucesión implacable en su crueldad. Algunos de ellos son reales, otros, creo, inventados. En algunos, la policía descubre, o parece descubrir, al criminal, pero una gran mayoría queda impune. Parece que hay uno, o quizás varios, asesinos en serie, o bandas de asesinos. La policía no muestra un excesivo interés en resolver muchos de los casos, que corresponden a mujeres humildes, trabajadores de las maquiladoras o prostitutas, o a desconocidas que nadie reclama. Casi parece inconcebible que algo así esté ocurriendo tanto tiempo, pero sabemos (de vez en cuando una noticia en televisión, o un documental nos lo recuerdan) que sigue sucediendo, no en una novela de ficción sino a personas tan reales como nuestras hermanas y nuestras novias. El gran misterio no es quién comete los crímenes, sino cómo es posible que sigamos viviendo tan tranquilamente con ellos.
Ya que he empezado el año con un novelón, he hecho el propósito de dedicar el resto del año a novelas extensas. Ahora voy a dedicar diez días a cosas más ligeras (algún cuento, unas revistas, posiblemente una novela policíaca y unos cómics), pero tengo ya preseleccionadas varios libros de no menos de 500 páginas. Habrá, espero, ficción y no ficción. No todos serán tan reconocidos literariamente como “2066”, pero todas serán, a su manera, intentos ambiciosos por recoger un mundo en palabras.
jueves, 18 de febrero de 2010
Cabeza llena de napalm
“I’m a street walking cheetah with the head full of napalm / I’m the renegade son of a nuclear H-bomb” Cuando era más joven e ingenuo, Iggy Pop al frente de los Stooges representaba todo lo que era indomable, irreducible e inasimilable por el, llamémoslo así, Sistema. Sencillamente, había demasiada rabia, nihilismo, electricidad en ese sonido como para ser digerido por las masas conformistas. Hasta que en 1996, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Nike produjo un impactante anuncio en el que sonaba… “Search and Destroy” de los Stooges. Con casi treinta años me di cuenta (por fin) de que no existe ninguna expresión puramente artística que no pueda ser asimilada y reutilizada para vender zapatillas. Lo que no significa que “Funhouse” o “Raw Power” no sean, aún hoy, dos discos con un poder extraordinario, capaces de cambiar aunque sea ligeramente la forma de ver el mundo de un hipotético chaval de 16 años que se acerque a ellos sin sospechar su contenido.
Ayer escuché “Search and Destroy” en el último capítulo de Perdidos, confirmando así su estatus como clásico-reconocido-y-aceptado. Los episodios finales de “Lost” son el acontecimiento televisivo (no, audiovisual) de la temporada, y la fecha ya no tan lejana de Mayo en que se emite el último capítulo está marcada con letras roja (bueno, sí, es domingo, pero lo estaría de todas formas). En cierto sentido, es imposible que el final deje satisfecho a nadie, no digamos ya a todo el mundo: las explicaciones concebibles no pueden cubrir todo lo que hemos visto los cinco años anteriores, y aunque lo hagan siempre serán menos fascinantes que el misterio que las precedió. Como llevamos haciendo durante los últimos años los que hemos aguantado/disfrutado del viaje nos dejaremos llevar por los giros de la narración, la fuerza de los personajes y el magnetismo de los actores. El peligro de esta última temporada es que, aunque sean limitadas, hay que dar explicaciones y llevar la historia a un final. Esa obligación puede ir en detrimento de la psicología y de la narración: cuando la trama debe llegar inexorablemente a su punto de destino en un momento prefijado es más sencillo que los guionistas caigan en la tentación de coger atajos, y obliguen a los personajes a hacer cosas que resulten forzadas (no digo inverosímiles porque Perdidos y el realismo se despidieron amistosamente poco más o menos a mitad del episodio piloto). En cualquier caso, y aunque en el peor de los casos el final nos deje un sabor a ceniza, el trayecto habrá merecido la pena.
AÑADO [27-02-2010]: Parece ser, por lo puede leerse en algunos blogs de televisión que el fandom más rabioso de Perdidos está agrupado a grosso modo en dos bandos, los que quieren respuestas, y los que proponen, simplemente, dejarse llevar. Y Maureen Ryan da con una de las preguntas claves: ¿serán capaces de producir un episodio tan bueno como [pon aquí el título de tu episodio favorito] cuando hay tantas cosas de las que deben ocuparse hasta el final?
Ayer escuché “Search and Destroy” en el último capítulo de Perdidos, confirmando así su estatus como clásico-reconocido-y-aceptado. Los episodios finales de “Lost” son el acontecimiento televisivo (no, audiovisual) de la temporada, y la fecha ya no tan lejana de Mayo en que se emite el último capítulo está marcada con letras roja (bueno, sí, es domingo, pero lo estaría de todas formas). En cierto sentido, es imposible que el final deje satisfecho a nadie, no digamos ya a todo el mundo: las explicaciones concebibles no pueden cubrir todo lo que hemos visto los cinco años anteriores, y aunque lo hagan siempre serán menos fascinantes que el misterio que las precedió. Como llevamos haciendo durante los últimos años los que hemos aguantado/disfrutado del viaje nos dejaremos llevar por los giros de la narración, la fuerza de los personajes y el magnetismo de los actores. El peligro de esta última temporada es que, aunque sean limitadas, hay que dar explicaciones y llevar la historia a un final. Esa obligación puede ir en detrimento de la psicología y de la narración: cuando la trama debe llegar inexorablemente a su punto de destino en un momento prefijado es más sencillo que los guionistas caigan en la tentación de coger atajos, y obliguen a los personajes a hacer cosas que resulten forzadas (no digo inverosímiles porque Perdidos y el realismo se despidieron amistosamente poco más o menos a mitad del episodio piloto). En cualquier caso, y aunque en el peor de los casos el final nos deje un sabor a ceniza, el trayecto habrá merecido la pena.
AÑADO [27-02-2010]: Parece ser, por lo puede leerse en algunos blogs de televisión que el fandom más rabioso de Perdidos está agrupado a grosso modo en dos bandos, los que quieren respuestas, y los que proponen, simplemente, dejarse llevar. Y Maureen Ryan da con una de las preguntas claves: ¿serán capaces de producir un episodio tan bueno como [pon aquí el título de tu episodio favorito] cuando hay tantas cosas de las que deben ocuparse hasta el final?
sábado, 19 de diciembre de 2009
Listas
Las últimas semanas del año llenan Internet (y la prensa convencional) de listas de lo mejor del año. Es un buen momento que los despistados como yo tomen el pulso a lo que se está haciendo. Uno no tiene ni capacidad ni vocación para estar permanentemente al día: la mayoría de los productos que consume (ni discos, ni libros, ni siquiera películas) son de actualidad. Y sin embargo, no se resigna a quedar completamente obsoleto, y estas listas de fin de año permiten extraer, por una especie de procesamiento estadístico, una imagen borrosa pero verídica de “lo que se está haciendo”, de lo que es más relevante para la gente que sí tiene las fuerzas y el interés de mantenerse constantemente al día.
Particularmente útiles resultan las innumerables listas de música pop que circulan por ahí, porque en ocasiones acompañan la relación con canciones descargables con las que uno puede construirse una recopilación personal de “lo mejor del año” que luego puede comparar, si tiene ese capricho, con la que ofrecen algunas revistas como Uncut o Rock de Luxe.
Hace algunos años, las listas de fin de año de la blogosfera a las que accedía ofrecían un mundo claramente diferente del de las revistas de papel. El descubrimiento de Arcade Fire o de Sufjan Stevens se produjo unos meses antes en los blogs musicales que en la prensa escrita. Creo que ahora la separación es menos clara, y es una muestra de hasta que punto los dos mundos han convergido. En parte, por supuesto, porque la normalización del acceso a Internet ha reducido la importancia de la prensa escrita, que ha dejado de ser “el” medio de acceso a la información y opinión musicales. Probablemente a largo plazo la tendencia llevará a las revistas a desaparecer, pero en el periodo hasta que eso ocurra, es posible que vivan un periodo en el que tengan tanta libertad y posibilidad de expresión como el más humilde de los blogs, además de contar con la experiencia y el saber hacer acumulado por sus creadores.
El párrafo anterior no estaba previsto cuando he empezado a escribir este post y probablemente no tenga demasiado sentido cuando lo piense más despacio. A lo que iba es a que esas listas de fin de año me han dejado con un montón de canciones nuevas para escuchar. Muy mal se tendrá que dar para que no haya un puñado de joyas que me acompañarán en los próximos años.
Y, si alguien tiene curiosidad pero no le apetece escarbar mucho por ahí, el procesamiento estadístico al que hacía mención anteriormente indica que discos de este año a los que hay que prestar atención son: “Merryweather Post Pavillion” de Animal Collective, el de Grizzly Bear, el “Wolfang Amadeus Phoenix” de Phoenix, “Bitte Orca” de Dirty Projectors, “Actor” de St. Vincent… y unos cuantos más: no parece haber sido un mal año para la música pop. Nombres que, excepto el de Animal Collective (que ya llevan apareciendo en listas similares desde hace unos años), eran completamente desconocidos para mí hace unos meses. Mientras, en el país fuera del tiempo del salón de mi casa, los discos del año han sido las reediciones de los Beatles y la recopilación de los Jayhawks, que tampoco están mal.
Particularmente útiles resultan las innumerables listas de música pop que circulan por ahí, porque en ocasiones acompañan la relación con canciones descargables con las que uno puede construirse una recopilación personal de “lo mejor del año” que luego puede comparar, si tiene ese capricho, con la que ofrecen algunas revistas como Uncut o Rock de Luxe.
Hace algunos años, las listas de fin de año de la blogosfera a las que accedía ofrecían un mundo claramente diferente del de las revistas de papel. El descubrimiento de Arcade Fire o de Sufjan Stevens se produjo unos meses antes en los blogs musicales que en la prensa escrita. Creo que ahora la separación es menos clara, y es una muestra de hasta que punto los dos mundos han convergido. En parte, por supuesto, porque la normalización del acceso a Internet ha reducido la importancia de la prensa escrita, que ha dejado de ser “el” medio de acceso a la información y opinión musicales. Probablemente a largo plazo la tendencia llevará a las revistas a desaparecer, pero en el periodo hasta que eso ocurra, es posible que vivan un periodo en el que tengan tanta libertad y posibilidad de expresión como el más humilde de los blogs, además de contar con la experiencia y el saber hacer acumulado por sus creadores.
El párrafo anterior no estaba previsto cuando he empezado a escribir este post y probablemente no tenga demasiado sentido cuando lo piense más despacio. A lo que iba es a que esas listas de fin de año me han dejado con un montón de canciones nuevas para escuchar. Muy mal se tendrá que dar para que no haya un puñado de joyas que me acompañarán en los próximos años.
Y, si alguien tiene curiosidad pero no le apetece escarbar mucho por ahí, el procesamiento estadístico al que hacía mención anteriormente indica que discos de este año a los que hay que prestar atención son: “Merryweather Post Pavillion” de Animal Collective, el de Grizzly Bear, el “Wolfang Amadeus Phoenix” de Phoenix, “Bitte Orca” de Dirty Projectors, “Actor” de St. Vincent… y unos cuantos más: no parece haber sido un mal año para la música pop. Nombres que, excepto el de Animal Collective (que ya llevan apareciendo en listas similares desde hace unos años), eran completamente desconocidos para mí hace unos meses. Mientras, en el país fuera del tiempo del salón de mi casa, los discos del año han sido las reediciones de los Beatles y la recopilación de los Jayhawks, que tampoco están mal.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Poco que decir
Ha sido uno de esos meses en que uno ha sido (más) consciente de no tener nada interesante que decir… Un estado de ánimo que no puede llamarse depresivo (he pensado bastante, sin alcanzar ninguna conclusión, sobre qué es realmente la depresión, en muchas ocasiones, y “La broma infinita” da mucho juego en ese sentido) pero que tampoco es completamente “sano” o equilibrado, una especie de melancolía más bien poco romántica. Y otras cosas en qué pensar, como en (después de tanto tiempo) buscar una casa propia.
Pero mientras tanto, en los ratos libres, unas cuantas películas y libros que hubieran merecido una mente más despierta.
“El asombroso viaje de Pomponio Flato”, penúltimo libro y última novela de Eduardo Mendoza, se encuadra dentro de la vena más ligera y paródica del autor, pero me ha parecido mucho más conseguida que otras obras más populares como “Sin noticias de Gurb”, o “El último trayecto de Horacio Dos”. El narrador, el Pomponio del título, es un viajero romano en la Palestina del siglo I, que se ve envuelto involuntariamente en un caso de asesinato en el que están implicado un carpintero llamado José, padre de Jesús y esposo de María. Se impone la parodia (en este caso, de la novela histórica, o más bien de esos híbridos de novela policíaca e histórica que hicieron furor a partir de “El nombre de la rosa”), pero los personajes, incluyendo a los referentes bíblicos resultan vívidos y conmovedores, además de cómicos, y siempre he pensado que Mendoza es, línea por línea, uno de los grandes del idioma castellano. Una gozada.
Como también lo es “Angel” (1938) una película de Ernst Lubitsch que no suele mencionarse entre sus obras mayores, pero que me ha parecido casi a la misma altura que mis dos películas favoritas suyas (“Un ladrón en mi alcoba” y “El bazar de las sorpresas”). Como en otras ocasiones, sorprende lo adultas que son las comedias de Lubitsch, en contraposición a las de los directores americanos contemporáneos suyos. No sólo por la presencia permanente del sexo (más llamativo cuanto más elegantemente elidido) sino por una sensación que podría llamarse un tanto hiperbólicamente (en cuanto se trata de románticas comedias sofisticadas) de verdad moral: sus personajes se juegan realmente algo en sus aventuras amorosas y los finales felices no borran las cicatrices.
En algún momento pensé escribir sobre “W.R. Misterios del Organismo” (1971), posiblemente la película más conocida de Dusan Makavejev, como "Película que debería haber visto ya". La edición hace unos meses de sus películas en EEUU por parte del sello Criterion ha propiciado lo que parece un interés renovado por este cineasta prematuramente retirado. Hace unas semanas aparecía en “The Nation” un artículo en el que se le describía como “el último yugoslavo”; el autor se preguntaba si su conversión forzosa en un director serbio es la causa de su silencio. Mientras “W.R.”, con su mezcla de documental y ficción y su llamada a la revolución a través del sexo, queda como un artefacto de tiempos más ingenuos y, quizás más libres.
“W.R.” son las iniciales de Wilhelm Reich, psicoanalista alemán colaborador de Freud que llevó sus investigaciones sobre la neurosis y la líbido hasta un extremo que la ciencia oficial calificó de “delirante”. Declaró haber descubierto una energía vital llamada “orgón", que se liberaba a través del orgasmo. Para él, las enfermedades mentales estaban causadas por los obstáculos en la liberación de la energía orgánica. Sus ideas le llevaron a distanciarse del Partido Comunista, al que había pertenecido, y a ser acosado por la justicia norteamericana, preso de la cual murió para convertirse en una especie de martir de la contracultura. Por una de esas casualidades de la vida, leo estos días un artículo en el que se relaciona “Birdland”, el comic pornográfico que Beto Hernandez publicó en los años 90, con las teorías de Reich. Tengo que reconocer que el trabajo reciente de Beto (y por reciente me refiero a casi 20 años) me desconcierta, pero la convicción que tengo de que él sí sabe lo que está haciendo me lleva a no perder el contacto con su obra, y cualquier análisis, exégesis o explicación resulta de agradecer.
Pero mientras tanto, en los ratos libres, unas cuantas películas y libros que hubieran merecido una mente más despierta.
“El asombroso viaje de Pomponio Flato”, penúltimo libro y última novela de Eduardo Mendoza, se encuadra dentro de la vena más ligera y paródica del autor, pero me ha parecido mucho más conseguida que otras obras más populares como “Sin noticias de Gurb”, o “El último trayecto de Horacio Dos”. El narrador, el Pomponio del título, es un viajero romano en la Palestina del siglo I, que se ve envuelto involuntariamente en un caso de asesinato en el que están implicado un carpintero llamado José, padre de Jesús y esposo de María. Se impone la parodia (en este caso, de la novela histórica, o más bien de esos híbridos de novela policíaca e histórica que hicieron furor a partir de “El nombre de la rosa”), pero los personajes, incluyendo a los referentes bíblicos resultan vívidos y conmovedores, además de cómicos, y siempre he pensado que Mendoza es, línea por línea, uno de los grandes del idioma castellano. Una gozada.
Como también lo es “Angel” (1938) una película de Ernst Lubitsch que no suele mencionarse entre sus obras mayores, pero que me ha parecido casi a la misma altura que mis dos películas favoritas suyas (“Un ladrón en mi alcoba” y “El bazar de las sorpresas”). Como en otras ocasiones, sorprende lo adultas que son las comedias de Lubitsch, en contraposición a las de los directores americanos contemporáneos suyos. No sólo por la presencia permanente del sexo (más llamativo cuanto más elegantemente elidido) sino por una sensación que podría llamarse un tanto hiperbólicamente (en cuanto se trata de románticas comedias sofisticadas) de verdad moral: sus personajes se juegan realmente algo en sus aventuras amorosas y los finales felices no borran las cicatrices.
En algún momento pensé escribir sobre “W.R. Misterios del Organismo” (1971), posiblemente la película más conocida de Dusan Makavejev, como "Película que debería haber visto ya". La edición hace unos meses de sus películas en EEUU por parte del sello Criterion ha propiciado lo que parece un interés renovado por este cineasta prematuramente retirado. Hace unas semanas aparecía en “The Nation” un artículo en el que se le describía como “el último yugoslavo”; el autor se preguntaba si su conversión forzosa en un director serbio es la causa de su silencio. Mientras “W.R.”, con su mezcla de documental y ficción y su llamada a la revolución a través del sexo, queda como un artefacto de tiempos más ingenuos y, quizás más libres.
“W.R.” son las iniciales de Wilhelm Reich, psicoanalista alemán colaborador de Freud que llevó sus investigaciones sobre la neurosis y la líbido hasta un extremo que la ciencia oficial calificó de “delirante”. Declaró haber descubierto una energía vital llamada “orgón", que se liberaba a través del orgasmo. Para él, las enfermedades mentales estaban causadas por los obstáculos en la liberación de la energía orgánica. Sus ideas le llevaron a distanciarse del Partido Comunista, al que había pertenecido, y a ser acosado por la justicia norteamericana, preso de la cual murió para convertirse en una especie de martir de la contracultura. Por una de esas casualidades de la vida, leo estos días un artículo en el que se relaciona “Birdland”, el comic pornográfico que Beto Hernandez publicó en los años 90, con las teorías de Reich. Tengo que reconocer que el trabajo reciente de Beto (y por reciente me refiero a casi 20 años) me desconcierta, pero la convicción que tengo de que él sí sabe lo que está haciendo me lleva a no perder el contacto con su obra, y cualquier análisis, exégesis o explicación resulta de agradecer.
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