lunes, 28 de septiembre de 2009

Espectáculo de monstruos


Acabo de terminar, cortesía de la biblioteca pública, “Monster Show. Una historia cultural del horror”, editado por Valdemar con traducción de Oscar Palmer. Autor de alguna novela no demasiado reputada, su autor, David J. Skal es conocido por sus estudios sobre el cine de terror, uno de los cuales (una monografía sobre Tod Browning) está al parecer editado en España.

El libro tiene un alcance bastante más limitado de lo que el título podría dar a entender, y se restringe al cine (con algunas limitadas pero interesantes excursiones por el grand-guignol, el espectáculo de barraca de feria y las novelas de Stephen King) y al ámbito estadounidense. No se trata de una obra de referencia, sino de un ensayo en el que se hace hincapié en las relaciones entre las obras de género terrorífico y las preocupaciones sociales e históricas del momento en que fueron producidas. Como tal, el libro es totalmente recomendable para los aficionados al fantástico: ameno, bien documentado y escrito con conocimiento de causa y cariño por el tema tratado.

El enfoque que podríamos llamar sociohistórico resulta particularmente fructífero en el género de terror, que parece tener una de sus razones para existir en reflejar de manera metafórica las obsesiones del inconsciente colectivo. Así, las primeras películas de monstruos devuelven al espectador la imagen horriblemente deformada de los mutilados de la primera guerra mundial; las de los años 50 dan cuerpo al miedo a la bomba atómica, y los zombis de George Romero y Tom Savini son mezcla de veteranos de Vietnam y compradores compulsivos de centro comercial. El problema, si se puede llamar así, de estas interpretaciones, es que se realizan siempre a posteriori, y por tanto se ajustan “como un guante”, pero su capacidad predictiva es nula. Como señalaba hace unos meses un artículo en Popmatters.com, se produce una interesante paradoja. Es posible argumentar que la reciente hornada de películas de horror extremadamente gráfico que se han dado en llamar “torture porn” (ejemplos podrían ser “Hostel” o el remake de “La última casa a la izquierda”) corresponden al ambiente social post 11-S/la guerra de Irak/(inserte aquí la explicación que más le pete); pero en ese caso, habría que concluir que Francia, que ha dado lo que algunos críticos especializados consideran los mejores, y más brutales, ejemplos del subgénero (“Frontier(s)” y “Martyrs”, dos películas que como aficionado al terror creo que debería ver... pero no me he atrevido, siendo como soy bastante pusilánime en cuestiones de tortura y mutilación) atraviesa una crisis cultural muy superior a la que sufren los eternamente atribulados Estados Unidos.

Por supuesto, todo esto significa simplemente algo que todos sabemos, pero que a veces olvidamos: que los fenómenos culturales son mucho más complejos que cualquier teoría, y que las explicaciones que ofrecen son parciales (en alcance y en validez temporal) en el mejor de los casos. Lo que no es lo mismo que decir que todas las teorías son inútiles y sin interés.

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