viernes, 16 de octubre de 2009

Películas que debería haber visto ya: "A quemarropa"


“A quemarropa” (Point Blank, John Boorman, 1967) funciona como el reverso de las primeras películas de Godard, o al menos de las (pocas) que he visto. En lugar de utilizar las convenciones de un género clásico con el propósito de transformar y poner al día el lenguaje cinematográfico, se utiliza ese lenguaje cinematográfico renovado para modernizar el género. Por este motivo, vista hoy en día, “A quemarropa” aguanta tan bien o mejor que cualquier película de la nouvelle vague (y desde luego mucho mejor que “Payback”, el remake que hizo Mel Gibson), y resulta al mismo tiempo un artefacto puramente de su tiempo y profundamente moderna (iba a decir rabiosamente moderna pero el detector de clichés ha funcionado por una vez).

Al iniciarse la película, basada en una novela de Donald Westlake, Walker (Lee Marvin) es traicionado por su mujer y su mejor amigo Reese (John Vernon), quienes le dan por muerto. Una vez recuperado de sus heridas, y con la ayuda de un misterioso agente, Walker emprende el camino para vengarse y recuperar el dinero que le deben, y que está en poder de un sindicato del crimen llamado “La Organización”. Ese camino, como es de imaginar, se va llenando de cadáveres conforme Walker va ascendiendo implacablemente por la escala de mandos de la Organización en busca de sus elusivos 93.000 dólares.

Marvin interpreta a Walker con una mezcla de determinación mecánica y brutalidad animal. En una de las mejores escenas, un dirigente de la Organización intenta explicar a Walker por qué la lucha de un solo hombre está destinada al fracaso. Podemos ver como Walker no puede o no quiere comprender las palabras de su interlocutor. Él pertenece a un mundo de pequeños criminales en el que las relaciones son, a su manera, personales, y en el que las deudas tienen siempre alguien que responde por ellas. Por el contrario, la Organización es, más que una entidad mafiosa, una gran corporación gestionada impersonalmente por contables intercambiables y sin rostro, completamente indiferente a las exigencias de Walker.

Los lugares donde se desarrolla la acción, edificios de oficinas, descampados quemados por el sol y cubiertos de cemento, apartamentos lujosos, se apartan de los escenarios y la iluminación tradicionales del género negro. Igualmente revolucionaria es la dirección de Boorman, que despliega una fascinante variedad de efectos visuales y narrativos (saltos atrás y adelante en el tiempo, inusuales ángulos de cámara, cortes rápidos, colores explosivos) que dan a la película un aire vanguardista completamente inusual en el cine de género y un tono onírico que ha llevado a especular si la acción de la película es simplemente un delirio del moribundo Walker tras ser tiroteado por Reese. Probablemente desconcertó a los espectadores de su tiempo, pero el paso del tiempo a convertido a “A quemarropa” en un clásico que tiene la virtud de no parecerse a ninguna otra película.

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