Tenía pensado escribir esta entrada hace un mes y hacerla coincidir con la publicación de las nominaciones a los Oscar de Hollywood. En aquel momento, la presencia de Albert Brooks en el apartado de "Mejor actor secundario" se daba prácticamente por hecha, y llegado el momento muchas voces se apresuraron a coronarlo como "biggest snub" de las nominaciones. No sin motivos: el villano que Brooks encarna en "Drive" es quizás lo más memorable de una película interesante pero que probablemente no tiene tanto poder para perdurar como algunos pensábamos hace unos meses.
El motivo que me impulsó a desear escribir una entrada sobre Brooks es la curiosa percepción que los aficionados al cine españoles, en el supuesto de que sepan quien es, pueden tener sobre él. Curiosa en el sentido de que es seguramente muy diferente de la de su equivalente norteamericano. Admitiendo que estoy extrapolando salvajemente a partir de mi propia experiencia, mi impresión es que para el cinéfilo hispano Brooks es un excelente secundario que hizo su debut nada menos que en "Taxi Driver" de Martin Scorsese, fue nominado al Oscar por "Al filo de la noticia" (1987), dirigida por James L. Brooks (no son parientes, aunque como veremos su relación profesional ha sido estrecha) y se ha prodigado escasamente desde entonces, con apariciones en películas como "Un romance muy peligroso" y la serie de televisión "Weeds".
El párrafo anterior contiene un elemento parcialmente engañoso: hace unos cuantos años, casi por casualidad, fui consciente de otra parte de la carrera de Brooks que al espectador español le ha sido escamoteada sistemáticamente, pero que le ha proporcionado sus mayores ingresos durante los últimos años: su trabajo como actor de doblaje en animación. En estos días en que acaba de emitirse el episodio 500 de "Los Simpson" (una serie co-creada y producida por James L. Brooks) en varios lugares se han recordado los episodios más memorables de la serie; en el blog de Alan Seppinwall se proponía a los lectores que escogieran un único episodio, el primero que les viniera a la mente. Está claro que si se para uno a pensar, aunque solo sea unos segundos, le vienen a la mente decenas de momentos memorables, pero con las condiciones impuestas por Seppinwall, mi ganador no tenía dudas: "Sólo se muda dos veces" de la excepcional octava temporada (1996), el episodio en que Homer se muda fuera de Springfield para trabajar en el proyecto nuclear de Hank Scorpio, un jefe perfecto que además resulta ser un supervillano jamesbondiano que pretende chantajear a todas las potencias mundiales. El lector habrá adivinado, si no lo sabía ya, que en su versión original la voz de Scorpio venía proporcionada por Albert Brooks. Lo que distingue las apariciones de Brooks como invitado en "Los Simpson" (ha habido varias, incluida un papel principal en la película cinematográfica) de las de otras estrellas invitadas es que Brooks improvisa extensamente, con el beneplácito de los productores y guionistas, que luego seleccionan para la versión final del episodio los fragmentos más memorables. La personalidad de Brooks en el episodio se deja sentir de manera tan poderosa que cuando 8 temporadas más tarde volvió a la serie, interpretando al instructor de un campamento para niños gordos, tuve, a pesar de que vi ambos episodios doblados y con los créditos finales cortados, tal como habitualmente los emite Antena 3, la convicción inmediata de que los dos personajes procedían del mismo creador. Un poco de investigación me llevó al descubrimiento de que ese creador era Brooks, y a enterarme de que el papel más taquillero de su carrera había sido el de Marlin, el atribulado protagonista de "Buscando a Nemo".
viernes, 24 de febrero de 2012
miércoles, 1 de febrero de 2012
Actualizaciones
La lógica editorial y la costumbre dan como resultado que las listas de lo mejor del año se confeccionen, con anticipación variable, a finales del año en cuestión. Como consecuencia, sucede a menudo que los productos que se estrenan muy a finales de año no llegan a tiempo, y los que aparecen a principio corren el riesgo de quedar sepultados en el olvido cuando llega el momento de confeccionar la nueva lista. A buen seguro, de haber llegado a tiempo, en mi lista de películas del año pasado hubiera incluido "El Havre", de la que hablo un poco aquí, y que se estrenó la última semana de Diciembre; "Los descendientes" se estrenó la primera semana del año y, considerada como película del 2011, probablemente también habría merecido mención que tendrá que ser pospuesta a una lejana (e hipotética) lista del 2012.
Aunque no al mismo nivel que las mejores series que del año pasado, mi post sobre televisión también habría incluido alguna mención a "Black Mirror", la serie de Charlie Brooker para la BBC que se emitió en el Reino Unido en Diciembre. La miniserie de tres episodios testimonia su preocupación con el uso irreflexivo de la tecnología y los medios de comunicación que no será extraña a quien conozca, aunque sea parcialmente, la obra del creador de "Dead Set" y "How TV Ruined Your Life", colaborador de Chris Morris en "Brass Eye" y "Nathan Barley". El impulso satírico de Brooker se transforma en tres historias independientes que ponen al día con éxito el modelo de la ciencia ficción estadounidense de los años 50 (entre sus referentes, tanto o más que series de televisión como "Twilight Zone", está la narrativa de escritores como Robert Sheckley, Fredric Brown, Frederick Pohl y Cyril Kornbluth) aunque a veces se deja llevar por la tentación del subrayado que recuerda el infame momento de "Dead Set" en que un personaje señala a un grupo de zombis devorando cadáveres y exclama "¡El público británico!".
Tampoco es perfecta la segunda temporada de "Sherlock", estrenada el primer día de Enero, pero sus defectos (unos argumentos que se apoyan demasiado en lo enrevesado y lo inverosímil, una caracterización del personaje de Moriarty cuando menos discutible) no impiden que sea uno de los productos más gozosamente disfrutables no sólo de lo que va de año sino de varias temporadas. Como en el caso de tantas parejas literarias y cinematográficas, desde Alonso Quijano y Sancho a Nero Wolfe y Archie Goodwin pasando por Bertie Wooster y Jeeves, el verdadero placer de los relatos originales de Conan Doyle no está en la trama sino en los momentos de interacción entre los protagonistas; la baza principal de la serie es, necesariamente, la química entre sus protagonistas. A Martin Freeman ya lo conocíamos, y queríamos, desde la versión original de "The Office"; Benedict Cumberbatch es, sin medias tintas, una estrella a la que estamos viendo eclosionar en tiempo real. Además, Moffat, Gatiss y sus guionistas han sabido trufar los episodios de ingeniosos guiños al lector holmesiano que (a ver como digo esto sin sonrojarme) me han recordado los momentos más memorables de "Smallville", otra puesta al día de un mito de la cultura de masas que salvaba ocasionalmente sus rutinarios guiones y sus irregulares interpretaciones gracias a esos pequeños instantes en los que el lector de comics reconocía con un breve y placentero estremecimiento alguna de sus queridas referencias.
Aunque no al mismo nivel que las mejores series que del año pasado, mi post sobre televisión también habría incluido alguna mención a "Black Mirror", la serie de Charlie Brooker para la BBC que se emitió en el Reino Unido en Diciembre. La miniserie de tres episodios testimonia su preocupación con el uso irreflexivo de la tecnología y los medios de comunicación que no será extraña a quien conozca, aunque sea parcialmente, la obra del creador de "Dead Set" y "How TV Ruined Your Life", colaborador de Chris Morris en "Brass Eye" y "Nathan Barley". El impulso satírico de Brooker se transforma en tres historias independientes que ponen al día con éxito el modelo de la ciencia ficción estadounidense de los años 50 (entre sus referentes, tanto o más que series de televisión como "Twilight Zone", está la narrativa de escritores como Robert Sheckley, Fredric Brown, Frederick Pohl y Cyril Kornbluth) aunque a veces se deja llevar por la tentación del subrayado que recuerda el infame momento de "Dead Set" en que un personaje señala a un grupo de zombis devorando cadáveres y exclama "¡El público británico!".
Tampoco es perfecta la segunda temporada de "Sherlock", estrenada el primer día de Enero, pero sus defectos (unos argumentos que se apoyan demasiado en lo enrevesado y lo inverosímil, una caracterización del personaje de Moriarty cuando menos discutible) no impiden que sea uno de los productos más gozosamente disfrutables no sólo de lo que va de año sino de varias temporadas. Como en el caso de tantas parejas literarias y cinematográficas, desde Alonso Quijano y Sancho a Nero Wolfe y Archie Goodwin pasando por Bertie Wooster y Jeeves, el verdadero placer de los relatos originales de Conan Doyle no está en la trama sino en los momentos de interacción entre los protagonistas; la baza principal de la serie es, necesariamente, la química entre sus protagonistas. A Martin Freeman ya lo conocíamos, y queríamos, desde la versión original de "The Office"; Benedict Cumberbatch es, sin medias tintas, una estrella a la que estamos viendo eclosionar en tiempo real. Además, Moffat, Gatiss y sus guionistas han sabido trufar los episodios de ingeniosos guiños al lector holmesiano que (a ver como digo esto sin sonrojarme) me han recordado los momentos más memorables de "Smallville", otra puesta al día de un mito de la cultura de masas que salvaba ocasionalmente sus rutinarios guiones y sus irregulares interpretaciones gracias a esos pequeños instantes en los que el lector de comics reconocía con un breve y placentero estremecimiento alguna de sus queridas referencias.
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jueves, 12 de enero de 2012
22 de noviembre de 1963
Como quizás sea inevitable en el caso de alguien tan prolífico y exitoso, y más aún si se dedica la literatura de género, Stephen King sigue siendo un escritor incomprendido y minusvalorado. Se piense lo que se piense del resultado final de su trabajo, King no es un escritor de best-sellers empeñado en producir con el mínimo esfuerzo una cuota de páginas anuales para ingresar unos cuantos miles de dólares, sino un autor poseído por el impulso expresivo que busca dar salida a un conjunto fácilmente reconocible de obsesiones y demonios personales. Es decir, un autor y un artista con todas las de la ley. Incluso cuando en un momento de desánimo especuló con una posible retirada de la literatura, aseguró que se trataba de dejar de publicar, no de escribir, y se imaginaba entregando cada año un grueso manuscrito a su banquero para que lo guardara en una caja fuerte. Bajo una imagen pública down-to-earth y tendente al populismo (una actitud típicamente norteamericana que recuerda a la de directores de cine clásico como Ford y Hawks cortando burlonamente cualquier intento de sus adoradores críticos franceses por establecer sus credenciales intelectuales), King es también un escritor que reflexiona astutamente sobre su trabajo y el de sus compañeros de oficio, como atestiguan sus dos excelentes libros de no ficción, "Danza macabra" y "Mientras escribo".
La productividad de King tiene sus inconvenientes: además de ponérselo fácil a sus detractores (como el ínclito Harold Bloom) que lo consideran una especie de fábrica de producción masiva de prosa pobremente elaborada, incluso su mayor admirador tiene que reconocer que hay momentos en que a) echa de menos la intervención de un editor que separe el grano de la paja; b) le da la impresión de que está leyendo algo que ya ha leído antes; o c) no entiende qué demonios pretendía el autor con ese relato en concreto. Por suerte para sus lectores, las ventajas superan ampliamente a los inconvenientes: no sólo tenemos prácticamente asegurado al menos un libro anual, sino que no es raro encontrarnos con un pequeño inventario de novelas o relatos que, por una razón u otra hemos dejado pasar sin leer, pero que están ahí, disponibles si queremos darles una oportunidad (con la ventaja añadida que esos libros suelen ser fácilmente accesibles).
La productividad de King tiene sus inconvenientes: además de ponérselo fácil a sus detractores (como el ínclito Harold Bloom) que lo consideran una especie de fábrica de producción masiva de prosa pobremente elaborada, incluso su mayor admirador tiene que reconocer que hay momentos en que a) echa de menos la intervención de un editor que separe el grano de la paja; b) le da la impresión de que está leyendo algo que ya ha leído antes; o c) no entiende qué demonios pretendía el autor con ese relato en concreto. Por suerte para sus lectores, las ventajas superan ampliamente a los inconvenientes: no sólo tenemos prácticamente asegurado al menos un libro anual, sino que no es raro encontrarnos con un pequeño inventario de novelas o relatos que, por una razón u otra hemos dejado pasar sin leer, pero que están ahí, disponibles si queremos darles una oportunidad (con la ventaja añadida que esos libros suelen ser fácilmente accesibles).
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martes, 27 de diciembre de 2011
El año del décimo doctor
Preparando una lista de las mejores películas del año para el blog de Carlos Escolano me ha vuelto a quedar claro lo artificial que es separar el cine y la televisión. Citaba allí los casos de "Los misterios de Lisboa" y "Carlos", dos trabajos televisivos con estreno (con un montaje diferente) en salas de cine, pero aún sin ejemplos tan evidentes, tengo la convicción de que hoy en día no resulta productivo, si alguna vez lo fue, tratar cine y televisión como formas artísticas diferentes. Por supuesto, tanto en la concepción, como en la realización y el consumo, una serie norteamericana de 5 temporadas de 22 episodios es diferente de una película europea independiente, pero las diferencias son del mismo tipo que las que separan a esa misma película europea de un blockbuster veraniego o de una película de serie B de los años 50; nadie discute, por cambiar de ámbito, que un comic-book de Stan Lee y Jack Kirby o una historieta de Vázquez comparten una misma forma artística general que una novela gráfica autobiográfica de Charles Brown, a pesar de las diferencias. But I digress…
A lo que iba, es decir, a listar brevemente la mejor televisión que he visto este año (sí, me doy cuenta de que es algo paradójico que después del primer párrafo, la conclusión sea dos post diferentes, uno para cine y otro para televisión). Es sintomático, y creo que bastante generalizado, que mi relación con NINGUNA de las obras que cito a continuación se haya producido a través de la emisión en una cadena televisiva, sino mediante la edición en DVD y otros medios de legalidad más cuestionable.
A lo que iba, es decir, a listar brevemente la mejor televisión que he visto este año (sí, me doy cuenta de que es algo paradójico que después del primer párrafo, la conclusión sea dos post diferentes, uno para cine y otro para televisión). Es sintomático, y creo que bastante generalizado, que mi relación con NINGUNA de las obras que cito a continuación se haya producido a través de la emisión en una cadena televisiva, sino mediante la edición en DVD y otros medios de legalidad más cuestionable.
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lunes, 12 de diciembre de 2011
Zánganos en Verdún
Si las magnas "Encyclopedia of Fantasy" y "Encyclopedia of Science Fiction" dirigidas por John Clute contienen entradas sobre P.G. Wodehouse se debe a un par de obras menores de temática fantástica, pero no resulta descabellado (ni especialmente original) argüir que toda la obra del humorista británico pertenece al género de la ucronía, y que su Inglaterra de mansiones de campo, concursos de engorde de cerdos, aristócratas distraídos, tías amedrentadoras, mayordomos pluscuamperfectos, jóvenes zangolotinos en perpetua necesidad de unas pocas libras para apostar en las carreras, ladrones de joyas y starlets de Hollywood es una creación imaginativa de especie similar a la Tierra Media de Tolkien o el Westeros de George R.R. Martin. Aunque su autor afirmaba que su obra recordaba el mundo edwardiano de su juventud, podemos estar razonablemente seguros de que ese mundo jamás existió nunca fuera de las páginas de su extensa obra.
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sábado, 10 de diciembre de 2011
Películas de pesadilla
Allá por los años 90, el principal aliciente de Internet para mí, tan inútil para ligar online como en la modalidad presencial, era localizar relatos de fantasía y ciencia ficción disponibles (en inglés) legal y gratuitamente. Algunos de los cuentos que encontré de esta forma reavivaron mi interés juvenil por el género que tenía por entonces un tanto abandonado, y me permitieron descubrir a escritores entonces nuevos para mí como Greg Egan, Howard Waldrop y Kim Newman. Las dos primeras historias de Newman que leí (todavía disponibles en el mismo lugar en el que las encontré hace más de 13 años) ponían de manifiesto, aún sin conocer la información biográfica que las acompañaba, que su autor era algo más que un simple aficionado al cine: "Coppola's Drácula" trasladaba las peripecias del rodaje de "Apocalipsis Now" al universo vampírico creado por el autor en "Anno Drácula", mientras que "The Pierce Arrow Stalled…" especulaba con una historia paralela del cine en el que el punto de divergencia con nuestra realidad era la no ocurrencia del famoso incidente que hizo caer en desgracia a Fatty Arbuckle y que, Newman postula, propició la entrada en vigor del famoso código Hays de autocensura en Hollywood (la consecuencia en el relato es que el contenido sexual de las películas se elevaba a límites impensados: el slogan de promoción de "Ninotchka" pasaba de ser "¡Garbo ríe!" a "¡Garbo folla!").
En España Newman ha sido publicado únicamente (creo) en esta faceta de escritor de ficción, a través de las dos primeras novelas del mencionado ciclo vampírico ("El año de Drácula" y "El sanguinario barón rojo") y de unas novelas incluidas en la franquicia Warhammer y firmadas con el pseudónimo de Jack Yeovil. Su ficción inédita en castellano incluye otros títulos en los que a su conocido interés por la historia alternativa y la literatura de género se une la pasión por el cine, en particular el fantástico y terrorífico: "Famous Monsters", el ciclo "Where the Bodies Are Buried", "Amerikanski Dead at the Moscow Morgue", "Andy Warhol's Drácula" entre muchos otros. Sin embargo, no me sorprendería que en su país de origen, el Reino Unido, Newman fuera más conocido como crítico cinematográfico que como escritor de ficción, gracias a sus reseñas en la revista Empire y a su particular imagen que no pasa desapercibida en sus habituales apariciones en reportajes y documentales.
En España Newman ha sido publicado únicamente (creo) en esta faceta de escritor de ficción, a través de las dos primeras novelas del mencionado ciclo vampírico ("El año de Drácula" y "El sanguinario barón rojo") y de unas novelas incluidas en la franquicia Warhammer y firmadas con el pseudónimo de Jack Yeovil. Su ficción inédita en castellano incluye otros títulos en los que a su conocido interés por la historia alternativa y la literatura de género se une la pasión por el cine, en particular el fantástico y terrorífico: "Famous Monsters", el ciclo "Where the Bodies Are Buried", "Amerikanski Dead at the Moscow Morgue", "Andy Warhol's Drácula" entre muchos otros. Sin embargo, no me sorprendería que en su país de origen, el Reino Unido, Newman fuera más conocido como crítico cinematográfico que como escritor de ficción, gracias a sus reseñas en la revista Empire y a su particular imagen que no pasa desapercibida en sus habituales apariciones en reportajes y documentales.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Abundancia roja
No hace tantos años, tenía absurdamente a gala mi completa ignorancia sobre temas económicos. Me parecía obvio que las páginas salmón de los diarios, dejando aparte las ofertas de trabajo, no tenían interés alguno para las personas cabales, que se limitaban con buen criterio a las culturales y las de deportes (las de ciencia, al menos en los diarios generalistas, también debían examinarse con precaución).
Como de forma por lo demás irritante aducen las personas religiosas respecto a Dios, aunque uno no crea en la Economía la Economía sí cree en uno, y aquí estoy unos años más tarde sin saber mucho más sobre el tema pero mucho menos ufano de mi ignorancia, por más que a mis ojos profanos mucha de la cháchara económica que se escucha por ahí siga sonando a una mezcla de pseudociencia y teletienda.
En la visión simplista a la que me condiciona el desconocimiento, el sistema económico, dominado por ese ente informe denominado "el mercado" parece un toro de rodeo imposible de dominar. La supuesta misión que, desde una perspectiva de lo que antes se llamaba "izquierdas", debería tener el estado, es decir, redistribuir la riqueza y garantizar unos servicios públicos de calidad, se ve prácticamente imposibilitada por su incapacidad por controlar los movimientos económicos. Ingenuamente, parece que una solución pasaría por no reducir la capacidad económica de los estados, sino incrementarla. Ahora bien, durante el siglo XX ya ha habido varios experimentos de economía controlada por los estados en vez de por los mercados, y ya sabemos cómo acabaron. Y no sólo está la cuestión espinosa de que, sin excepciones, fueran de la mano de regímenes dictatoriales y crímenes masivos; es que, además, desde un punto de vista puramente económico, resultaron un fracaso.
"Abundancia roja" de Francis Spufford es un libro que trata el breve intervalo, a finales de los años 50 y primeros 60, durante el que la Unión Soviética realizó un esfuerzo por racionalizar la economía a través de las fuerzas entonces nacientes de la cibernética, con el objetivo de hacer del pueblo soviético el más rico del planeta. Fallecido Stalin, el recién llegado al poder Kruschev pretendió superar a los Estados Unidos no sólo en la carrera espacial, sino en la prosperidad y la abundancia a disposición de sus habitantes. El tratamiento que hace Spufford de este periodo contiene elementos de ficción y de historia tradicional: es una novela que relata acontecimientos reales (lo que los anglosajones llaman "faction") a través de episodios dramatizados en los que intervienen personajes reales (el propio Kruschev, matemáticos y economistas como Kantorovich y Nemchikov) y figuras ficticias creadas por Spufford. Se trata por tanto de una novela de ideas, calificativo que suele aplicarse de manera peroyativa, como si las ideas fueran un tema del que el arte debería mantenerse alejado. (Puede que sea la edad pero algunas cosas que más me han interesado últimamente, como los documentales de Adam Curtis, las obras de Tom Stoppard o éste libro, tratan específicamente sobre ideas). Spufford reconoce haber tomado como modelo la trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson; "Abundancia roja" se lee como una novela de ciencia ficción sobre el pasado cercano. En sus páginas se menciona la obra de los hermanos Strugatski, las figuras máximas de la SF soviética y de los que también se acaba de editar un libro que todavía no he leído pero me parece muy prometedor, "El lunes empiezan el sábado".
Ya sabemos cómo acaba la historia: Spufford decía en un artículo que el periodo que describía había quedado "crushed flat by hindsight". Nuestros líderes económicos seguramente aducirán que los hechos confirman la posición de que la economía de libre mercado es la única forma posible de conseguir que grandes grupos de personas vivan en la abundancia. Informándome sobre este libro he descubierto con cierto alivio que, pese a lo que parece, no se trata de una verdad reconocida universalmente, y que existen actualmente científicos como Paul Cockshott (autor de "El socialismo del siglo XXI") que están intentando imaginar una economía centralmente planificada que supere las limitaciones y los errores de sus antecesores. El propio Spufford concluye el libro con una nota de esperanza: aunque sus héroes han fracasado, su esfuerzo es importante; lo contrario sería reconocer que no hay alternativa a la rendición ante las fuerzas impersonales del mercado.
Cuando tuve noticias de este libro, me pareció que su indefinición genérica (no es ni una novela ni un libro de historia) hacía improbable su publicación en España, y adquirí la edición inglesa. Me he quedado agradablemente sorprendido al ver estos días que ha sido ya traducido y editado en Turner (editorial que, por cierto, no es la primera vez que me da una sorpresa de este tipo).
Como de forma por lo demás irritante aducen las personas religiosas respecto a Dios, aunque uno no crea en la Economía la Economía sí cree en uno, y aquí estoy unos años más tarde sin saber mucho más sobre el tema pero mucho menos ufano de mi ignorancia, por más que a mis ojos profanos mucha de la cháchara económica que se escucha por ahí siga sonando a una mezcla de pseudociencia y teletienda.
En la visión simplista a la que me condiciona el desconocimiento, el sistema económico, dominado por ese ente informe denominado "el mercado" parece un toro de rodeo imposible de dominar. La supuesta misión que, desde una perspectiva de lo que antes se llamaba "izquierdas", debería tener el estado, es decir, redistribuir la riqueza y garantizar unos servicios públicos de calidad, se ve prácticamente imposibilitada por su incapacidad por controlar los movimientos económicos. Ingenuamente, parece que una solución pasaría por no reducir la capacidad económica de los estados, sino incrementarla. Ahora bien, durante el siglo XX ya ha habido varios experimentos de economía controlada por los estados en vez de por los mercados, y ya sabemos cómo acabaron. Y no sólo está la cuestión espinosa de que, sin excepciones, fueran de la mano de regímenes dictatoriales y crímenes masivos; es que, además, desde un punto de vista puramente económico, resultaron un fracaso.
"Abundancia roja" de Francis Spufford es un libro que trata el breve intervalo, a finales de los años 50 y primeros 60, durante el que la Unión Soviética realizó un esfuerzo por racionalizar la economía a través de las fuerzas entonces nacientes de la cibernética, con el objetivo de hacer del pueblo soviético el más rico del planeta. Fallecido Stalin, el recién llegado al poder Kruschev pretendió superar a los Estados Unidos no sólo en la carrera espacial, sino en la prosperidad y la abundancia a disposición de sus habitantes. El tratamiento que hace Spufford de este periodo contiene elementos de ficción y de historia tradicional: es una novela que relata acontecimientos reales (lo que los anglosajones llaman "faction") a través de episodios dramatizados en los que intervienen personajes reales (el propio Kruschev, matemáticos y economistas como Kantorovich y Nemchikov) y figuras ficticias creadas por Spufford. Se trata por tanto de una novela de ideas, calificativo que suele aplicarse de manera peroyativa, como si las ideas fueran un tema del que el arte debería mantenerse alejado. (Puede que sea la edad pero algunas cosas que más me han interesado últimamente, como los documentales de Adam Curtis, las obras de Tom Stoppard o éste libro, tratan específicamente sobre ideas). Spufford reconoce haber tomado como modelo la trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson; "Abundancia roja" se lee como una novela de ciencia ficción sobre el pasado cercano. En sus páginas se menciona la obra de los hermanos Strugatski, las figuras máximas de la SF soviética y de los que también se acaba de editar un libro que todavía no he leído pero me parece muy prometedor, "El lunes empiezan el sábado".
Ya sabemos cómo acaba la historia: Spufford decía en un artículo que el periodo que describía había quedado "crushed flat by hindsight". Nuestros líderes económicos seguramente aducirán que los hechos confirman la posición de que la economía de libre mercado es la única forma posible de conseguir que grandes grupos de personas vivan en la abundancia. Informándome sobre este libro he descubierto con cierto alivio que, pese a lo que parece, no se trata de una verdad reconocida universalmente, y que existen actualmente científicos como Paul Cockshott (autor de "El socialismo del siglo XXI") que están intentando imaginar una economía centralmente planificada que supere las limitaciones y los errores de sus antecesores. El propio Spufford concluye el libro con una nota de esperanza: aunque sus héroes han fracasado, su esfuerzo es importante; lo contrario sería reconocer que no hay alternativa a la rendición ante las fuerzas impersonales del mercado.
Cuando tuve noticias de este libro, me pareció que su indefinición genérica (no es ni una novela ni un libro de historia) hacía improbable su publicación en España, y adquirí la edición inglesa. Me he quedado agradablemente sorprendido al ver estos días que ha sido ya traducido y editado en Turner (editorial que, por cierto, no es la primera vez que me da una sorpresa de este tipo).
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